«Aquel día, durante toda la marcha, extraños desastres afligieron a los hombres. Un grupo que caminaba sobre un sólido lecho de roca sintió de pronto que se hundía en un fangal. Antes de que uno solo de ellos pudiera escapar, fueron absorbidos por el barro movedizo. Grunnarch observó, aterrorizado, las manos de los moribundos agitándose en la ciénaga, retorciéndose y tratando de agarrarse a alguna cosa, antes de desaparecer definitivamente.
-Es cosa de los druidas del Valle de Myrloch -explicó Trahern, sin prestar gran atención a las calamidades de que eran víctimas los hombres del norte.
-¿Cómo podemos detenerlos? ¿Donde están? -gruñó el Rey Rojo. Aborrecía a este enemigo invisible más que a cualquier adversario normal por muy fiero que fuese.
-Podrían estar en cualquier parte -dijo el traidor, encogiéndose de hombros-. Tal vez es uno solo, pues la Gran Druida puede tener este poder -Trahern miró a su alrededor-. Podría estar en nuestro camino, en forma de un ratón o de un insecto. Es imposible saberlo.»
El Pozo de las Tinieblas, Douglas Niles