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Clásicos de la SF&F II: Lord Dunsany (1878-1957)

Entonces dijo Leothric: “¿Quién es Tharagavverug, y donde se le puede encontrar?”

Y el mago de Allathurion respondió: “Es el dragón-cocodrilo que acecha por los marjales del Norte y hace estragos en los hogares de sus márgenes. Y la piel de su lomo es de acero, y sus partes inferiores son de hierro; pero a lo largo de la sección central de su lomo, sobre su espina dorsal, se halla una delgada franja de acero ultraterreno. Esa franja de acero es Sacnoth, y no puede ser hendida ni fundida, y no hay nada en el mundo capaz de romperla, ni tan siquiera dejar un rasguño en su superfície…

La Fortaleza Invencible, Salvo que Sacnoth la Ataque, Lord Dunsany

Es indiscutible que el género fantástico goza de una popularidad inmensa en la actualidad, como demuestra el éxito de fenómenos literarios como la trilogía de El Señor de los Anillos o la saga Canción de Hielo y Fuego, así como de sus respectivas adaptaciones cinematogràficas o televisivas. Lamentablemente, muchos de los autores y títulos que dieron forma al género y sobre los que autores más recientes han edificado su obra han quedado relegados al olvido o se han visto eclipsados por la sombra de gigantes como Tolkien. Sin embargo, las recientes tendencias críticas y académicas –marcadas por una actitud cada vez más aperturista hacia la literatura fantástica y la ciencia-ficción– han permitido que algunos de esos nombres sean restituidos al lugar que les corresponde como pioneros y originadores de la fantasía literaria moderna. Sin duda, uno de los más prominentes entre todos ellos es el del poeta, novelista y dramaturgo Edward John Moreton Drax Plunkett, más conocido por su aristocrático nom de plume: Lord Dunsany.

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Edward John Moreton Drax Plunkett, 18º Barón de Dunsany

Nacido en el seno de una família anglo-irlandesa de rancio abolengo -cuyo linaje se remonta  hasta el siglo XII–, Plunkett heredó el título de 18º Barón de Dunsany a los 21 años de edad, siendo éste uno de los títulos nobiliarios más antiguos de Irlanda. Alumno de varios prestigiosos colegios del Reino Unido como Eton y la academia militar real de Sandhurst, Dunsany posteriormente sirvió como Teniente Segundo en la Segunda Guerra de los Boers y como Capitán de Fusileros en la Primera Guerra Mundial, y años más tardo se unió como voluntario a las fuerzas de defensa locales durante la Segunda Guerra Mundial. Su vida literaria fue intensa y prolífica, y a ella se debe el grueso de su fama. Estuvo estrechamente asociado con varios miembros célebres del renacimiento literario irlandés como W.B. Yeats, Lady Gregory o J.M. Singe, y aunque literariamente ha sido principalmente reconocido como dramaturgo, Dunsany también se prolijó con gran cantidad de relatos, novelas, ensayos y autobiografías. Durante su extensa trayectoria se caracterizó por cultivar diversos géneros y  por variar enormemente de estilo y tono, pero una parte considerable de su obra -la más recordada hoy en día- es de género fantástico, y fue en su mayor parte escrita entre 1905 y 1919.

La producción fantástica de Dunsany empezó en formato de historias cortas y relatos, publicados posteriormente en antologías. La primera de estas recopilaciones, Los Dioses de Pegana (1905), es un verdadero clásico del género y una de las más importantes antologías de relatos de la primera mitad del siglo veinte. Haciendo gala de una imaginación desbordante, Dunsany fue uno de los primeros autores en llevar a cabo lo que Tolkien posteriormente bautizó como “sub-creación”: el diseño y desarrollo de un mundo secundario y toda su mitología. Las historias que componen Los Dioses de Pegana están unidas argumentalmente únicamente por un panteón de dioses exquisitamente detallado en el que se perciben leves influencias tanto de los dioses celtas de su Irlanda natal como de la cosmología oriental.  Las historias –muchas de ellas no son historias en el más estricto sentido de la palabra, sino poco más que viñetas y fábulas sin un verdadero arco argumental– se encuentran a caballo entre el cuento de hadas y el relato mítico, escritas como retazos de una mitología antigua con un lenguaje apropiadamente arcaico y oblicuo. Aunque hoy en día hayan quedado fuera de la fantasía más mainstream, los relatos de Los Dioses de Pegana fueron una enorme fuente de inspiración tanto para los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft como para el Silmarillion de Tolkien, y aunque fuera únicamente por ello, no podemos dudar de que nos hallamos ante una obra para la posteridad. Otra recopilación de fábulas mitológicas siguió a ésta primera, bajo el título de El Tiempo y los Dioses (1906), en la que Dunsany regresa al mundo de Pegana y su panteón de dioses.

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The Sword of Welleran and Other Stories (1908)

La Espada de Welleran y Otras Historias (1908), la siguiente recopilación de Dunsany, mantiene en parte el hilo conductor de los dioses de Pegana, pero la mayoría de los relatos contenidos aquí muestran una mayor trama. Además de quí hallamos aventuras de fantasía épica como la epónima La Espada de Welleran, cuentos de hadas como La Parentela de los Elfos, historias de fantasmas como Los Salteadores de Caminos, e incluso la que ha sido considerada a menudo como la primera historia de espada y brujería jamás escrita, La Fortaleza Invencible, Salvo que Sacnoth la Ataque. Aunque hay tantos motivos para mantener esta afirmación como para lo contrario, lo que es innegable es que Sacnoth posee todos los elementos que posteriormente quedarian fijados como convenciones del género, así como un argumento que hoy en día hemos visto repetido hasta la saciedad: el héroe solitario mata a un dragón para hacerse con una espada semi-consciente, y armado con ella se adentra en una fortaleza llena de peligros, donde finalmente se enfrenta cuerpo a cuerpo con un malvado hechicero. Sin embargo, Sacnoth está escrita en un estilo mítico y elevado, muy alejado de la habitual testosterona que predomina en muchas historias de espada y brujería, y como es habitual en Dunsany, el protagonismo es compartido con el propio escenario, en este caso la fortaleza invencible, mucho más que un mero telón de fondo. Otras recopilaciones de relatos dignas de mención son Cuentos de un Soñador (1910) o El Libro de las Maravillas (1912), así como la serie de historias de viajes protagonizadas por Joseph Jorkens (1931-1957).

Aunque sus novelas no suelen ser tan interesantes como sus relatos, brilla con luz propia La Hija del Rey del País de los Elfos (1924), considerada por muchos su mejor obra. Absorbiendo elementos de los mitos irlandeses, la novela cuenta la historia de la tierra de Erl, en la que nada nuevo ha ocurrido durante setecientos años. El Parlamento de Erl decide que la tierra necesita un señor que la gobierne mediante la magia, y para ello envían al joven Alveric al País de los Elfos, “más allá de los campos conocidos”, con el objetivo de desposar a Lirazel, la hija de su rey. Alveric viaja con una antigua espada heredada de su padre, pero consciente de que únicamente una espada mágica le permitirá enfrentarse al Rey del País de los Elfos, busca a la bruja Ziroonderel, quien le entrega una espada nueva forjada a partir de rayos y truenos. Alveric consigue superar a los guardias que custodian a Lirazel y la princesa élfica se enamora de él, tras lo que ambos regresan a las tierras de Erl. Sin embargo, la doncella nunca llega a acostumbrarse a las costumbres humanas o al paso del tiempo en la Tierra. Y mientras tanto, el Rey de los Elfos, sabedor de que su hija envejecerá y morirá como una mortal en la Tierra, prepara un poderoso hechizo para traerla de vuelta…  El argumento de la novela ilustra los peligros de cruzar fronteras que no deberían ser cruzadas. Una vez unidas, la tierra de Erl y el País de los Elfos se afectan mutuamente de manera incontrolable e impredecible, y ninguna de las dos volverá jamás a ser la misma. Asimismo, encontramos en ella el conflicto entre las mágicas fuerzas de la imaginación y la practicalidad de la vida mundana y cotidiana. La novela no tiene un final feliz de cuento de hadas, sino que concluye de manera ambigua y agridulce. Una vez roto el equilibrio, éste no se puede restaurar: una de las dos tierras debe desaparecer. No es difícil detectar en estos temas un claro antecedente para la famosa balada de Beren y Lúthien en El Silmarillion de Tolkien. Otras novelas destacables de Lord Dunsany son Don Rodrigo: Crónicas del Valle de las Sombras (1922) y The Charwoman’s Shadow (1926), ambas ambientadas en una “España romántica que jamás existió”, o The Curse of the Wise Woman (1933), de elementos fantásticos mucho más contenidos.

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La más reciente edición de La Hija del Rey del País de los Elfos 

Como ya he ido apuntando, la influencia de Lord Dunsany sobre el género fantástico es incalculable. Autores tan seminales como Tolkien y Lovecraft se cuentan entre los admiradores del lord irlandés, pero prácticamente todos los escritores posteriores que se han aventurado por los derroteros de la fantasía se han visto influidos –directa o indirectamente– por su obra. Lovecraft le menciona en varias de sus cartas, y en sus historias de las Tierras de los Sueños la huella de Dunsany es especialmente aparente, así como en el concepto de su dios Azathoth. Otros escritores del círculo de Lovecraft como Robert E. Howard o Clark Ashton Smith también reconocían su admiración por Dunsany. La lista de autores influenciados por el lord es larga, e incluye a nombres tan conocidos como Ursula K. Le Guin, Michael Moorcock, Jack Vance, Arthur C. Clarke, Gene Wolfe, Jorge Luis Borges, Neil Gaiman y Guillermo del Toro, entre muchos otros. Por fortuna, el papel de Dunsany en la creación de éste género está siendo cada vez más reconocido y alabado, algo que simplemente es de justicia.

Una cosa tiene que quedar bien clara: los que busquen acción visceral y una prosa directa y contundente al estilo de Howard o Abercrombie, harán bien en buscar en otro lado. La pluma de Dunsany es lírica y poética, de un estilo elevado, bárdico, recargado y algo artificial, y hoy por hoy considerablemente anticuado. La acción suele ser lenta y pausada para los estándares modernos, y su estructura de cuento de hadas no deja espacio para intentar describir de manera realista la psicología de sus personajes. Es evidente que la obra del lord irlandés no es para todo el mundo, es más, hay quien lo podría considerar un gusto adquirido. Sin embargo, en mi opinión Dunsany tiene aún interés literario por sí mismo, más allá de su valor histórico como uno de los inventores de la ficción fantástica para adultos. Su estilo inimitable, cuasibíblico y rebosante de encantamiento, está dotado de un ritmo natural y una cadencia de gran belleza sin prescindir para nada de un fino sentido de la ironía. Su prosa está tan pulida estilísticamente que parece trabajada y reescrita hasta la perfección, aunque en realidad Dunsany escribía del tirón, sobre un único borrador. Si podeis, leed a Dunsany en su inglés original… es casi imposible hacerle justicia en una traducción, por buena que ésta sea. Sus historias brillan con el resplandor genuino y onírico de una fantasía anterior a fórmulas y derivaciones, cargadas con un sentido del misterio y la maravilla que pocos autores actuales son capaces de plasmar. Para Dunsany no había raíles, el camino no estaba aún hollado. Su obra es la fantasía en su estado más puro, y para muchos, en su punto más álgido. Leer a Dunsany es regresar a una fantasía fresca, original, nacida de la fascinación por la naturaleza y por lo sobrenatural y desprovista de nociones preconcebidas o viajes del héroe; es perdernos de nuevo en aquel bosque verde, féerico y primordial donde podía pasar cualquier cosa y que arrasamos sin darnos cuenta para construir las férreas vías sobre las que hoy viaja, encarrilado, todo un género.

Clásicos de la SF&F I: H. Rider Haggard (1856-1925)

Está lejos. Pero en este mundo no hay ningún viaje que un hombre no pueda superar si pone el corazón en ello. No hay nada, Umbopa, que no pueda hacer, no hay montañas que no pueda escalar, no hay desiertos que no pueda cruzar…

H. Rider Haggard, Las Minas del Rey Salomón

Para estrenar nuestro repaso al mundo de la literatura fantástica se hace imprescindible remontarnos hasta las postrimerías del siglo diecinueve, donde encontramos los primeros exponentes realmente populares de un género que todavía tardaría en explotar definitivamente dado el realismo imperante en la literatura de la época. Aquellos tiempos nos dejaron plumas tan famosas y reconocidas como las de Julio Verne y H.G. Wells, verdaderos visionarios y padres de la Ciencia Ficción, o la de Robert Louis Stevenson, quien popularizó la novela juvenil con su inmortal La Isla del Tesoro. Pero si hay un nombre que, a pesar de no ser tan popular hoy en día, sin duda es sinónimo de la novela victoriana de aventuras, este es el de Sir Henry Rider Haggard.

Haggard

Funcionario del Imperio Británico y escritor prolífico, Rider Haggard fue un buen conocedor de la África colonial y amigo personal de otro conocido escritor británico, Rudyard Kipling, autor de El Libro de la Selva. La mayoría de las novelas de Haggard estaban ambientadas en lugares exóticos, predominantemente la África que él mismo había recorrido y donde vivió gran parte de su vida. La mentalidad de la época veía el «continente oscuro» como un lugar de misterio y aventura, repleto de peligros y secretos esperando a ser descubiertos por el intrépido explorador que osara adentrarse en él: la búsqueda de las fuentes del Nilo; el descubrimiento del lago Victoria; los viajes de Stanley en busca del Dr. Livingstone; estas y otras expediciones formaban parte del imaginario popular de la época, ayudando a formar una imagen de África muy concreta. Rider Haggard contribuyó a esta imagen iniciando por su cuenta un peculiar subgénero literario, las historias de Mundos Perdidos: aventuras en reinos perdidos llenos de magia y misterio y poblados por civilizaciones milenarias olvidadas por el tiempo. Este género sería continuado posteriormente por autores como Edgar Rice Burroughs, Arthur Conan Doyle, Abraham Merritt y H.P. Lovecraft, y goza aún hoy de una popularidad considerable.

Uno de los máximos exponentes de estos Mundos Perdidos lo encontramos en la más exitosa y reconocida de las novelas de Haggard, Las Minas del Rey Salomón (1885).  Ésta relata la expedición de un grupo de aventureros en busca de las legendarias minas de diamantes del mítico rey Salomón, siguiendo un antiguo mapa que les conducirá a través del interior de una África inexplorada hasta la misteriosa tierra de los Kunuana. El grupo está liderado por el cazador y explorador Allan Quatermain, arquetípico héroe victoriano, valiente, galante y carismático, destinado a convertirse en el modelo e inspiración del más famoso aventurero que ha dado el cine, el célebre Indiana Jones.  La popularidad del personaje en sus tiempos hizo que Haggard escribiera una serie de secuelas ya centradas exclusivamente en la vida de éste, la más conocida de las cuales se titula simplemente Allan Quatermain (1887). Desafortunadamente, es probable que el personaje de Quatermain sea hoy en día más recordado por las numerosas adaptaciones al cine de Las Minas del Rey Salomón que se han llevado a cabo a lo largo de los años, y digo desafortunadamente porque, como pasa tan a menudo, ninguno de estos intentos logra captar del todo el espíritu de la obra original. El personaje de Quatermain también ha recibido una revitalización al aparecer en la popular novela gráfica de Alan Moore, The League of Extraordinary Gentlemen, que homenajea de forma muy particular a la literatura victoriana de género.

                                       King Solomon's Mines

Si bien los temas fantásticos se tocan muy preliminarmente en Las Minas del Rey Salomón y sus continuaciones, ya los encontramos más desarrollados en la saga que les sigue en popularidad, compuesta por la novela Ella (1887) y su segunda parte, Ayesha (1905). Retomando la temática del Mundo Perdido, Haggard nos vuelve a descubrir las ruinas de una civilización milenaria en el interior no cartografiado de África, habitada por un pueblo primitivo que no obstante es gobernado por una misteriosa reina blanca de gran belleza y poseedora de extraños poderes, la Ayesha del título, a menudo referida por sus súbditos como «Ella-A-Quien-Hay-Que-Obedecer». La llegada de los expedicionarios trastocará el orden de la ciudad perdida de Kôr, sobre todo cuando la inmortal Ayesha crea reconocer en uno de los recién llegados la reencarnación de su antiguo amor, muerto por sus propias manos siglos atrás. Haggard mezcla en estas novelas temas propios del género como el peso de la inmortalidad o el poder de la magia sobre la vida y la muerte con cuestiones como la autoridad y la capacidad de gobierno de las mujeres y la personalidad femenina, una representación no convencional del género femenino por la que ha sido tan criticado como alabado.

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Otras obras de Haggard son menos conocidas, pero no por ello menos interesantes. The People of the Mist (El Pueblo de la Niebla, 1894) de nuevo nos presenta situaciones y tropos que nos pueden parecer propios de la ficción pulp o del cine clásico de aventuras antes de recordar que fue el propio Haggard uno de los responsables de la creación y popularización de dichos tropos. Un aventurero en busca de la fabulosa riqueza de un pueblo perdido, la lucha por el poder dentro de esta extraña sociedad dividida entre los leales al monarca y los fieles al dios cocodrilo, y el peligro que acecha al héroe cuando todas estas facciones quieren aprovechar su llegada en beneficio propio. En Eric Brighteyes (Eric Ojos Brillantes, 1890) Haggard deja su querida África para llevarnos al mundo de la Islandia de los vikingos, creando una feroz historia de aventuras rebosante de misticismo nórdico en un claro intento de imitar el tono y el estilo de las antiguas sagas escandinavas. Y en Montezuma’s Daughter (La Hija de Montezuma, 1893) Haggard abandona los Mundos Perdidos y la fantasía para explorar los primeros contactos entre europeos y aztecas, creando una potente aventura de capa y espada con el trasfondo exótico de dos mundos chocando con violencia.

Es obvio al leer a Haggard que sus obres son producto de su tiempo. Los estereotipos victorianos y las visiones coloniales del mundo, fruto de la condescendencia europea, ciertamente se hallan presentes. Los prejuicios y el sentimiento de superioridad británico asoman su fea cabeza, producto inímico de toda empresa grandiosa con afán civilizador. Sin embargo, la visión que tiene Haggard de otras culturas como las africanas es quizá más complejo y menos insultante que el de otras obras contemporáneas, más dañinas y exageradas en su racismo. Haggard ofrece su versión particular del mito del «noble salvaje», y aunque sus protagonistas sean casi siempre muy blancos y muy british, sus personajes africanos son tratados de manera seria y se muestran capaces de nobleza y heroísmo, en lugar de ser representados como simples recursos humorísticos o feroces enemigos. También muestra una descripción de África mucho más cercana a la realidad que otras obras del momento, gracias a su experiencia personal.

A pesar de ser consideras en su época simplemente boy’s adventures (incluso por sí mismo, que no demostraba ningún tipo de pretensiones sobre lo que escribía), sus libros han sido enormemente populares entre jóvenes y adultos. Las Minas del Rey Salomón era lectura habitual entre los muchachos, especialmente en el período anterior a la Segunda Guerra Mundial. Su obra marca un punto álgido dentro del campo de la ficción de aventuras, e influyó considerablemente en autores como E. R. Burroughs, Robert E. Howard, Abraham Merritt, Talbot Mundy y Philip J. Farmer, entre otros. Incluso hay algún crítico que asegura, de manera bastante persuasiva, que la Ayesha de Haggard es una de las inspiraciones tras la famosa Galadriel de Tolkien.

La novela de aventuras, surgida de plumas como la de H. Rider Haggard, nos hace sentir que el mundo no está totalmente cartografiado, que todavía quedan misterios inimaginables por descubrir, y que en cualquier momento nos podemos ver inmersos en un viaje fascinante hacia lo desconocido. Y quizá ahora más que nunca, en nuestro sedentario y cuadriculado mundo de redes sociales y Google Earth, este es un sentimiento más que bienvenido.

Clásicos de la Fantasía y la Ciencia Ficción: Introducción

A pesar de ser el heredero de una larga tradición histórica, el género fantástico nunca ha gozado de un gran prestigio dentro de los círculos literarios. Lo que en inglés se conoce como «genre fiction», es decir, todo el amplio abanico de la fantasía, el terror y la ciencia ficción, ha sido a menudo ignorado o incluso menospreciado por críticos venerables y académicos adustos. Salvo contadas excepciones, en el canon literario no hay cabida para lo que frecuentemente se considera ficción popular de la peor calidad, sin ningún tipo de profundidad psicológica o social, puro escapismo adolescente sin el menor interés por los rincones inexplorados de la naturaleza humana. El maestro de la narración secuencial Alan Moore, comentando The House on the Borderland de William Hope Hodgson, ya expresó este sentimiento con su habitual genialidad:

Este libro, igual que su autor y algunos de sus contemporáneos igualmente ilustres, representa el hallazgo de un tesoro literario enterrado que podría enriquecer inmensamente nuestro paisaje cultural actualmente moribundo de no estar enterrado, si de entrada nunca hubiese sido enterrado en vida implacablemente.

Por «enterrado», léase olvidado, marginado, descalificado. Es como si, con la llegada de Jane Austen al mapa literario, se hubiera dado un consenso súbito y unánime en el seno de la fraternidad crítica para establecer que los dramas de salón socialmente realistas y las rutilantes comedias costumbristas no son tan solo el punto más álgido al que puede aspirar el escritor, sino que son la única forma de escritura que se puede considerar seria y genuinamente literatura. Así, de un plumazo, toda la ficción de género y toda la fantasía fueron declaradas impuras, confinadas a los arrabales y los ghettos en el exterior de las murallas de marfil de la respetabilidad literaria.

Hubo algún nombre, cierto es, que de alguna manera sobrevivió a la purga: Poe, Lovecraft (apenas). Quizá Bram Stoker, simplemente gracias al éxito persistente de «Dracula». Posiblemente uno o dos nombres más que ahora mismo escapan a la memoria, lo que en todo caso solo sirve para subrayar el argumento básico: Enterrados. Descalificados. Olvidados.

El objetivo de esta serie de entradas es precisamente éste: ayudar a desenterrar, dentro de mis limitadas posibilidades, a los autores que han sido fundamentales para la historia de la literatura de fantasía y ciencia ficción, echando un vistazo a la historia reciente de estos géneros. La idea es dar un repaso en orden cronológico que nos llevará desde finales del siglo diecinueve hasta la actualidad, intentando seguir el progreso marcado por estos pioneros. Así podremos comprobar como la novela victoriana de aventuras, con los tópicos y mitos propios de un mundo aún a medio descubrir, dio paso a lo que se conoce como «la era pulp» de los años veinte y treinta, marcada por la aparición de nuevos subgéneros como la opera espacial o las historias de espada y brujería. Las décadas posteriores dieron pié a la «edad dorada de la ciencia ficción» y sus grandes mitos, mientras que la literatura fantástica cambiaba para siempre con la irrupción del profesor Tolkien y su inmortal clásico El Señor de los Anillos, obra que redefinió el género y lo hizo visible a ojos del gran público quizá por vez primera. Los años ochenta, con el estallido de grandes booms mediáticos como Star Wars y fenómenos como Dungeons & Dragons, vieron como las estanterías de todas las librerías se inundaban de material de dudosa calidad. Sin duda, aquello contribuyó a la inmensa popularidad de la que goza el género fantástico hoy en día, pero también nos ha dejado montañas de imitaciones puramente derivativas y formulaicas, franquicias sobre-explotadas, adaptaciones poco inspiradas de películas y juegos de rol y sagas eternas sin final aparente a la vista. Esto no significa -¡ni mucho menos!- que no se hayan escrito verdaderas joyas o clásicos modernos. Al contrario, se puede afirmar que de unos años a esta parte estamos viviendo una nueva edad dorada llegada de la mano de autores de calidad contrastada como George R. R. Martin, Steve Erikson o Daniel Abraham.

Obviamente, la lista de autores escogidos como parte de este ciclo es parcial e incompleta, y tampoco puede ser de otra manera. Todas las plumas seleccionadas, sin embargo, pertenecen a hombres y mujeres que merecen un lugar de honor como precursores y vanguardistas por mérito propio. Quizá no todos estén destinados a ser estudiados y analizados en los círculos académicos, y quizá ninguno de ellos será considerado jamás como parte esencial del olimpo literario, pero todos y cada uno entregaron su creatividad e imaginación para el gozo y disfrute de pequeños y mayores, y con ello construyeron tierras medias, extrañas dimensiones y eras no soñadas que perduran en los corazones y mentes de generaciones enteras. Y eso es algo por lo que aquellos que hemos intentado mantener viva la capacidad de soñar siempre les estaremos agradecidos.