Crónicas de Alasia (VI): Huidas y Desastres

LOS CAZADORES DE BANDIDOS

  • Caellum, artesano y cerrajero enano (¡no ladrón! ¡hmmm!)
  • Ponto Overhill, flautista mediano que se crió como un pillo callejero
  • Saadi, monje teabriano obsesionado con la captura del bandido Vorlak

Llama 12

El improvisado grupo de cazarrecompensas formado por el misterioso y huraño Saadi, el animoso mediano Ponto y el supuestamente pragmático cerrajero enano Caellum seguía en su autoimpuesta misión de dar caza a los Mestizos de Vorlak, una de las bandas criminales más activas de las Tierras Reclamadas. Siguiendo las vagas indicaciones de las víctimas de Vorlak, que aseguraban que los ataques siempre llegaban desde el sur, llevaban dos días avanzando sin rumbo ni dirección (como al gruñón enano le gustaba recordar cada dos por tres), y se habían adentrado en el Bosque del Sauce, pasadas las colinas que flanqueaban las granjas atacadas. Saadi parecía dispuesto a lo que hiciera falta para dar caza a los bandidos, y no atendía a razones, asegurando que sus pasos les llevarían hasta su objetivo, a lo que Caellum respondía que no estaban preparados para tal misión, y que jamás lograrían encontrar a unos bandidos tan escurridizos sin la menor idea de cómo rastrearles o sin un plan para hacerles salir. Ponto, ajeno a la discusión, disfrutaba de su primera gran aventura, y su carácter optimista le llevaba a pensar que, ocurriera lo que ocurriera, tendría una buena historia que contar.

Durante aquellos dos días, lo más destacable que habían encontrado en el bosque era una antigua estela de piedra cubierta de musgo, muy erosionada, que les pareció un antiguo santuario a la diosa Uriel, reina de las estrellas e hilandera del destino, un simple resto del pasado a la que no dieron mayor importancia, aunque Ponto anotó su paradero en el mapa que iba dibujando. Pero aquella última noche, mientras preparaban el campamento a orillas del Arroyo del Sauce, su actividad llamó la atención de un depredador peligroso. Un ave del tamaño de un águila, pero de cuerpo parecido al de una cigüeña con plumaje negro, descendió de repente de las ramas más altas de un frondoso árbol, y se abalanzó sobre Ponto. Por fortuna, el súbito aleteo alertó a los aventureros, y el mediano pudo esquivar el ataque con el que el cazador alado pretendía llevárselo volando a su nido. Al pasarle tan cerca, Ponto vió asombrado que aquella no era una ave normal y corriente, pues eran nada menos seis las patas con las que había intentado agarrarle. Sin dudarlo, Saadi se lanzó contra la criatura aprovechando su vuelo rasante y le asestó una patada que desgraciadamente no dió en el blanco. Mientras, Caellum se puso en pie y cogió su cuchillo de artesano (¡no una daga de ladrón!) mientras observaba con atención las copas de los árboles para asegurarse que no había una bandada de esas criaturas. El pájaro abominable, al verse atacado, e instigado por un extraño impulso, en lugar de huir viró en el aire y se  lanzó en picado contra Saadi. Hombre y ave rodaron por el suelo, enredados en un abrazo mortal. El gryph, pues así se llamaba tal criatura, había replegado las alas contra el cuerpo instintivamente, y se aferraba con fuerza al teabriano con sus tres pares de patas. Éste, a su vez, intentaba usar todas las llaves y las técnicas de zafado que había aprendido de sus maestros en el monasterio, pero ninguna de ellas servía contra un ser con tantas extremidades, y fue incapaz de liberarse o invertir la presa. Ponto, que no se atrevía a usar su arco por miedo a acertar a su compañero, sacó su flauta y empezó a tocar una melodía heroica y triunfante, esperando que incendiara el ánimo de Saadi. Caellum, por el contrario, puso más fe en el acero que en la música, y se acercó al forcejeo buscando una oportunidad clara para hundir su cuchillo en el monstruoso pájaro. [Esta era la primera vez que probábamos las reglas nuevas de presas y forcejeos, muy retocadas en Pathfinder respecto a las de 3.5, y comprobamos que realmente eran una mejora sustancial.]

En el suelo, Saadi intentaba mantener el afilado pico del ave lejos de su cuerpo, pero aquella no era la amenaza que debería haberle preocupado. Del abdomen del ser surgió un apéndice tubular que se hundió en la carne del monje, y al instante, tres huevos del tamaño de canicas descendieron por el ovipositor y se implantaron en el cuerpo del teabriano. Entonces Caellum hundió la daga entre las alas del monstruo, que chilló de dolor [No será ladrón pero… ¡Sneak Attack!]. Con su principal impulso biológico satisfecho, el ser soltó a Saadi e intentó elevarse para huir, pero esta vez fue el monje el que le agarró y le estampó contra el suelo con todas sus fuerzas. Caellum intentó rematarle con la daga, pero el bicho, medio muerto, logró aquella vez elevar el vuelo… solo para ser abatido por una flecha bien colocada de Ponto. Desesperado y presa de grandes dolores, Saadi se dejó caer al suelo, aferrándose el estómago donde los huevos del monstruo crecían a una velocidad endiablada. Los tres supieron que, a aquel ritmo, en unos minutos las crías del ser estarían devorando las entrañas del monje desde dentro. Dándole una rama a Saadi para que la mordiera, Caellum calentó la hoja de su cuchillo en la fogata, y con la ayuda de Ponto, entre los dos procedieron a la difícil tarea de extirpar. El monje aguantó el dolor sin gritar, con una disciplina y voluntad encomiables, y finalmente los huevos del pájaro, que ya empezaban a resquebrajarse, fueron extraídos y arrojados a las llamas. Tras aquel encuentro casi letal, Ponto y Caellum dejaron que Saadi descansara toda la noche, partiéndose las guardias entre ellos, y mientras el monje dormía, tomaron una decisión.

Llama 13

Por la mañana, el monje se levantó como si no hubiera estado a punto de morir el día anterior. Aún tenía la herida en el estómago, aunque había sido bien vendada por Ponto y no parecía correr peligro de reabrirse, pero si notaba dolor, no daba ninguna señal de ello. Se levantó con el alba y empezó a hacer los preparativos para ponerse en marcha. En aquellos momentos, sus dos compañeros le comunicaron que abandonaban la misión. Ponto y Caellum se habían convencido de que la quijotesca cruzada de Saadi no podía llegar a buen puerto, e intentaron convencer a su extraño compañero de que regresara con ellos a Nueva Alasia, para montar una partida más grande y capacitada. El monje no quiso ni oír hablar de ello. Dijo que eran muy libres de regresar con las manos vacías, pero que él cumpliría con su misión o moriría en el intento. Solo o acompañado, dijo, para él no había ninguna diferencia. Ponto intentó convencerle de nuevo, pero Caellum se limitó a encogerse de hombros y recoger sus cosas, murmurando entre dientes que no pensaba seguir a un loco hasta la tumba. Finalmente, hasta el mediano desistió de hacer cambiar de idea al obsesionado extranjero, y juntos, Ponto y Caellum emprendieron el camino de retorno a Nueva Alasia, donde pasarían casi un mes entero antes de que la aventura volviera a llamar a sus puertas. Saadi se quedó atrás, practicando en silencio sus movimientos de combate como todas las mañanas, y aquello fue lo último que supieron de él. Las Tierras Reclamadas le engulleron, y no volvió a ser visto en Nueva Alasia.

[El destino de Saadi sigue siendo un misterio a día de hoy, y por tanto no puedo hablar demasiado de este tema sin espoilear a mis jugadores. Este final responde en parte a que su jugador tuvo que abandonar permanentemente la campaña, así que viendo cómo había acabado su última sesión, resolví que dejarlo en misterio era lo más molón y práctico a la vez… Así me dejaba margen de maniobra por si el jugador regresaba a la campaña, para poder recuperar a Saadi como PNJ (¿villano?) si me interesaba, o para utilizar su desaparición como semilla de aventuras. ¡Hay que sacar partido incluso a los imprevistos!]

LOS INCURSORES DE LA GUARIDA KOBOLD

  • Astral Moonglitter, joven teúrgo de Arkath, dios de la magia
  • Beren, jinete sarathan de las llanuras
  • Quarion, cazador elfo y experto arquero
  • Thaena, guerrera korheimr con sangre de gigante

Llama 14

La partida de caza compuesta por Astral, Beren, Quarion y Thaena había seguido el rastro encontrado en Welkyn durante tres días, a través de campos, maleza y bosquecillos, y finalmente éste les condujo hasta la ladera de una corta y baja sierra de colinas. Las huellas atravesaban un riachuelo estrecho, y parecían dirigirse hacia una oquedad oscura y pequeña abierta en el costado de una de las colinas. Desde lejos, ni siquiera Quarion avistó a nadie vigilando esa entrada, así que procedieron a acercarse con cautela, dejando Beren a su fiel caballo Viggo a una distancia prudencial. Sin embargo, la cueva no carecía de guardianes. Justo antes de cruzar el riachuelo, a unos treinta metros de la entrada, uno de los arbustos que la flanqueaban se agitó, y desde detrás, atravesando las matas a toda velocidad, salió a la carga un jinete de lo más inusual. Era un humanoide de baja estatura, cuyo aspecto recordaba extrañamente a un cruce bípedo entre un perro y un lagarto. No superaba los tres pies de altura, pero iba ataviado en una armadura de aspecto robusto formada por lo que parecían ser placas quitinosas de algún escarabajo muy grande. Llevaba una pequeña lanza en ristre, y su casco, ya peculiar de por sí, llevaba las rendijas para los ojos cubiertas con un par de toscos y mal tallados cristales de roca oscura. El diminuto caballero iba montado en una comadreja del tamaño de un poni, que corría agazapada contra el suelo mostrando sus afilados dientes. El kobold, pues inmediatamente fue identificado como tal, hizo sonar un cuerno y se lanzó al ataque.

[A los jugadores les hizo bastante gracia el bichejo en cuestión, al menos antes de que empezara a repartir estopa de la buena.]

El jinete kobold, Kalkraak, empezó a efectuar ataques de pasada, cargando con su lanza y alejándose antes de que sus enemigos pudieran contraatacar, mientras su montura comadreja lanzaba dentelladas a los tobillos. Su primera víctima fue Thaena. La alta guerrera desvió lo peor del ataque con su mandoble, pero no se libró del mordisco. Mientras Kalkraak daba la vuelta a su montura para realizar una segunda pasada, las flechas de Quarion se estrellaron contra su armadura quitinosa, sin provocarle daño alguno. Beren llamó a Viggo con un silbido, pensando que sería mejor luchar contra el kobold en igualdad de condiciones, y corrió a su encuentro. Astral, metido de repente en la primera situación de combate de su vida, se hizo a un lado, cubriéndose tras una roca y preparado para usar sus oraciones en ayuda de sus camaradas si era necesario, mientras sacaba una honda de su zurrón. El inteligente clérigo se dió cuenta que el extraño caballero estaba luchando para ganar tiempo a los moradores de la cueva a montar una buena defensa, y sabiendo que había que vencerle deprisa, gritó a sus compañeros que centraran sus ataques en la montura, para eliminar su ventaja.

Aquello era más fácil de decir que de hacer, claro. Kalkraak era un jinete experto, y era hábil calculando la trayectoria de sus cargas para interponer el máximo número de obstaculos entre él y los proyectiles de sus enemigos, así como haciendo que su comadreja evitara los golpes directos de Thaena. No obstante, el animal no iba tan acorazado como su amo, y las flechas del elfo acabaron por tumbarle, pero no antes de que el kobold hiriera a Thaena con su lanza. Finalmente, Kalkraak vió como se invertían las tornas, y se vió a los pies del cadáver de su “corcel”, defendiéndose contra la guerrera de Korheim y contra Beren, ahora montado en Viggo. El guerrero kobold cayó rápidamente, pero de alguna extraña manera se había ganado un cierto respeto reticente por parte de los aventureros. Astral rezó a su dios Arkath para que sanara las heridas de sus compañeros, y después procedieron a investigar la entrada de la cueva. Era un túnel que no llegaba a los cinco pies de altura aproximadamente… amplio y espacioso para un kobold, pero que a ellos les obligaría a avanzar a gatas. Aunque ese hecho no les entusiasmó precisamente, decidieron hacer lo que habían venido a hacer, y con Thaena a la cabeza, y Beren cerrando la marcha, empezaron a gatear hacia el interior del túnel. No tardaron en descubrir que se estaban metiendo de cabeza en un infierno.

Thaena lo pasaba especialmente mal en el túnel, por su gran estatura debida a sus antepasados gigantes, y además su arma era completamente inútil en un espacio tan reducido. Tenía que avanzar casi reptando, por lo que cuando la trampa de venablo oculta en el suelo se disparó, haciendo salir una corta lanza del suelo sobre el que se arrastraba, fue imposible evitarla. La trampa además provocó un ruido estrepitoso de alguna manera, que hubiera servido de alarma en el caso de que el guardián exterior no hubiera podido dar la alerta. La guerrera sobrevivió a duras penas al empalamiento, y tuvo que romper la lanza para poder sacársela, ya que las malditas criaturas ni siquiera habían tenido la decencia de hacer que el venablo volviera a hundirse en el suelo una vez activado. Por delante, el túnel se ensanchaba en lo que parecía una estancia más amplia pero igual de baja, horadada a pico en la roca. Sin embargo, los kobolds habían formado a toda prisa una trinchera semicircular de rocas y piedras a poca distancia, cubriendo totalmente el acceso. Thaena, que veía bien en la oscuridad, vió que detrás de la trinchera se agazapaban un montón de kobolds con lanzas, dispuestos a atacar por encima de la trinchera a cualquiera que se acercara. Por lo menos había espacio suficiente para que alguno de sus compañeros luchara a su lado en lugar de avanzar en fila india, Daga en mano, la guerrera (de nuevo con la salud restaurada en parte por la magia de Astral) avanzó hasta allí, seguida por Quarion, cuyo arco largo también era inútil allí. Justo cuando llegaban a la trinchera y se preparaban para intentar hacer algo para defenderse de las lagartijas, el suelo bajo sus pies cedió y ambos cayeron a un pozo de unos diez pies de profundidad, cuyo fondo era un charco de una substancia densa, oscura y maloliente. Thaena logró agarrarse al borde y quedar colgando, pero el elfo cayó de bruces al apestoso líquido. ¡Es brea!, gritó Astral, que se había librado por unos centímetros de caer también al foso, pero antes de que sus camaradas caídos pudieran ponerse en pie, de detrás de la barricada voló en parábola un frasquito que se estrelló en el foso y, al romperse, hizo que se convirtiera en un verdadero infierno ardiente. Thaena logró salir, medio saltando y medio trepando antes de que las llamas la alcanzaran, pero el elfo no tuvo tanta suerte: sus ropas y capa prendieron en llamas, y aunque intentó trepar, el intenso dolor no le permitió llegar hasta arriba. Astral, viendo como la vida del elfo se consumía literalmente, se sacó la capa y la descolgó por el borde, y cuando notó que el elfo en llamas se agarraba, tiró con todas sus fuerzas para sacarle, algo que consiguió a duras penas. Quarion llegó arriba ya agonizando, y tras apagar las llamas con su capa, de nuevo Astral recurrió a su dios para salvarle la vida, sabiendo que no podía pedir más favores a Arkath, ya que el dios empezaría a ignorar sus peticiones hasta que no le aplacara con largas oraciones y rezos.

A todo esto, Thaena estaba ya inmensamente furiosa con las malditas criaturas, y Beren, frustrado por no poder hacer nada desde la cola de la hilera, decidió retroceder y salir al exterior para intentar averiguar si había otro acceso oculto por el que pudieran entrar. Suerte que lo hizo, pues en aquel momento comprobó que debía tener razón de la peor manera posible. Dos de las arteras criaturas estaban forcejeando con su caballo Viggo, intentando llevárselo de las riendas, mientras el animal relinchaba y coceaba, habiendo matado ya a un tercer bicho. El odio del grupo por los kobolds no hacía sino aumentar. Dentro, Thaena había subido por el otro lado del ardiente foso abierto, sola entre las llamas y la trinchera, herida y lanceada, y al momento empezó a recibir lanzazos desde detrás de la trinchera, de los que se defendió como bien pudo. Comprobando que su daga no era lo bastante larga como para atacar a los defensores de la guarida, y sumamente enfurecida, apoyó la espalda contra la pared, plantó ambos pies contra un lado de la trinchera, y empujó con toda su colosal fuerza. Aunque parecía imposible, una sección entera del parapeto cedió y se derrumbó hacia atrás, aplastando al kobold que la defendía y abriendo por fin un paso al interior de la caverna. [Sacó un 20 natural en esa tirada de Fuerza. No es una bárbara, pero en aquel momento lo parecía.] Con una risotada feroz, la guerrera se metió en la caverna, provocando una desbandada de kobolds que salieron corriendo en todas direcciones, mientras en el exterior, Beren luchaba contra los dos ladrones de caballos y Astral acababa de reanimar al elfo, trayéndole de vuelta de las mismas fauces de la muerte. Thaena empezó a matar kobolds con su daga como si no hubiera un mañana, cuando unos correteos por encima de su cabeza llamaron su atención… en aquel momento se dió cuenta que el techo estaba surcado de pequeños agujeritos por los que apenas pasaría una flecha, y con su visión en la oscuridad, vio pequeñas siluetas que correteaban al otro lado. Escuchó una risilla malévola, el sonido de una botella descorchándose, y al instante ¡alguien derramó un frasco de ácido sobre su cabeza a través de uno de los agujeros! Apartó la cara, pero el letal líquido le quemó el hombro y la espalda, y el dolor apenas la dejaba tenerse en pie. Aún así, aguantó el tiempo suficiente como para que Astral y Quarion lograran saltar el pozo ardiente y unirse a ella. Los restantes defensores cayeron rápidamente o huyeron por varios pasadizos distintos, uno de ellos más alto que los demás, que permitiría a los aventureros ponerse por fin en pie, algo que por alguna razón les aterró todavía más. Sabiendo que tenían que salir de aquella sala de techo horadado antes de que empezaran a llover sobre ellos más cosas letales, decidieron refugiarse en un pasadizo lateral, acompañados ya por Beren. Por las circunstancias del combate, Astral acabó en cabeza, y llegó a una gran caverna artificial que olía a rancio y en la que había un montón de camastros de paja. Por desgracia, también había uno de los kobolds que había huído, que se había dirigido directamente a una puerta cerrada y la estaba abriendo a toda prisa. El joven clérigo asomó la cabeza en la sala justo cuando la lagartija abría y se apartaba de un salto, liberando a un tejón terrible y malhumorado, de aspecto famélico que cargó contra lo primero que vió: Astral. Alcanzó al joven clérigo, que cayó al borde de la muerte a pesar de la protección de su dios. Beren, pensando rápido, arrojó una de sus raciones de viaje al otro lado de la sala, y la hambrienta criatura dejó en paz al inconsciente Astral para irse a devorar aquel festín.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. El intento de incursión había sido una debacle, y habían descubierto de la peor manera posible lo crueles y arteros que podían ser los kobolds. Jugaban en su propio terreno, y parecían increíblemente hábiles a la hora de usar eso en su ventaja. Quarion se aguantaba en pie pero seguía con graves quemaduras, Astral agonizaba y Thaena y Beren había recibido cortes y pinchazos por todos lados.  No había nada que hacer, salvo vivir para luchar otro día. Los compañeros iniciaron una desesperada retirada, lo que envalentonó a los kobolds y les animó a perseguirles arrojándoles lanzas y flechas. Mientras salían y se alejaban como podían del lugar, un certero flechazo de un kobold especialmente grande y agresivo alcanzo a Beren por la espalda, y el jinete sarathan cayó abatido. Quarion y Thaena cargaron como pudieron a sus compañeros caídos sobre Viggo y emprendieron el regreso a Welkyn, abatidos y derrotados. Su misión había fracasado.

3 comentarios en “Crónicas de Alasia (VI): Huidas y Desastres”

    1. ¡Muchas gracias por la visita y el comentario! Te entiendo bien, a mí me ocurría igual. Esa misma frase es la que me dije a mí mismo cuando me lié la manta a la cabeza para organizar esta campaña… Si no podía jugar una, al menos podía dirigirla. Y en eso estamos. Siempre puedes intentar convencer a tu máster para que se anime con una aventura «hexcrawl», para probar antes de que os lancéis a diseñar uno propio. Los chicos de la Marca del Este han anunciado que sacarán en breve una aventura perfecta para ello, «La Ciudad Perdida de Garan», de Carlos de la Cruz. Estoy seguro que será un bombazo…

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