Fragged Empire 3: (III) Erebus

ANTERIORMENTE, EN FRAGGED EMPIRE…

[Primer plano de Milo: La búsqueda de los científicos es la excusa, vuestra tapadera. Lo que debéis recuperar para mí es algo mucho más importante. Vuestra misión es recuperar un artefacto Arconte, un artilugio en forma de cubo.]

[La Tartarus aterrizando en el hangar de la Estación Arquímedes]

[Primer plano de Lara Vortex: Detectamos una anomalía sustancial ahí abajo. Parecía la pista más sólida que hemos conseguido en mucho tiempo. Incluso obtuvimos lecturas de resonancia de alto espectro. Eso indica la posibilidad de tecnología Arconte existente ahí abajo.]

[Vortex desesperada: Tenéis que encontrarlos y traerlos de vuelta. ¡Sanos y salvos, me oís, sanos y salvos!]

[Voz en off de Jinx mientras contempla el holodossier de una mujer kaltorana: Haremos todo lo que esté en nuestras manos para traerles de vuelta.]

La Tripulación de la Tartarus 

Murdo Morrison: Piloto corporativo y antiguo contrabandista

James T. Jinx: Bribón kaltorano, hombre para todo

Thanatos Verpila: Mercenario legionario sin demasiados escrúpulos

Kahta: Científica Nephilim, experta en ingeniería, medicina y biotecnología

Jagh: Asesino Nephilim de casta híbrida, dotado de potencial psiónico

Sarunas: Comando legionario, antiguo empleado de CURE

La lanzadera pilotada por Murdo sobrevolaba las junglas de Mishpacha en dirección a las coordenadas del puesto avanzado de Erebus. Desde lo alto, la selva se veía tan densa como un impenetrable manto verde y negro, un infierno repleto de fauna y flora asesina que en breve los siete tripulantes estarían recorriendo. Había que reconocer que para ser un grupo de batas blancas y ratones de laboratorio, el Equipo Sierra tenía narices. Quizá demasiadas para su propio bien.

Las instrucciones al llegar a Erebus eran claras: contratar a un guía que les llevara al último vector conocido del Equipo Sierra, contactando con Arquímedes cada catorce horas, medio ciclo de Mishpacha, para dar informe de progreso. Finalmente Erebus apareció a alcance visual, y pudieron ver el lugar al que se dirigían.

Era mucho más pequeño de lo que habían imaginado, un pequeño enclave rodeado por una verja láser que la aislaba de la fronda. La mayor parte de Erebus parecía construido a partir de las carcasas oxidadas de naves derribadas durante la Gran Guerra. Esas naves antaño poderosas habían sido saqueadas y despojadas de todo cuanto tuviera valor y recicladas como refugios y tiendas. Lo que no estaba reconstruido de la guerra estaba formado por excedentes del ejército colonial. El edificio más alto lo formaba una torre de radio de aspecto anticuado. La mayoría de superficies parecían cubiertas por una capa de musgo verde, y el polen flotaba en el ambiente, visible incluso a tanta distancia al cruzar los rayos que formaban la verja protectora.

El único lugar para aterrizar era un pequeño puerto de aspecto improvisado, una plataforma medio corroída con espacio para apenas media docena de naves del tamaño de la que estaban pilotando. La lanzadera se posó con suavidad sobre ella, entre las miradas intrigadas de los lugareños. En cuanto las compuertas se abrieron y el grupo puso pie sobre el planeta, armados hasta los dientes y ataviados en sus armaduras de combate, se vieron inmediatamente rodeados por una muchedumbre gritona y variopinta, una docena o más de personas de aspecto zarrapastroso ofreciéndose para actuar como porteadores, guías locales o ofreciendo descuentos en tal o cual tienda. Estaba claro que su economía dependía de los escasos visitantes, científicos o exploradores en su mayoría. Nadie en su sano juicio iba a Erebus de vacaciones.

Tras abrirse paso entre el gentío, decidieron dividirse para buscar información y a algún guía dispuesto a abandonar los confines relativamente seguros del enclave. Por seguridad, Sarunas, Praxus y Jagh se quedaron vigilando la lanzadera, su único método para salir del planeta. Murdo y Thanatos fueron a intentar averiguar qué sabían los lugareños del Equipo Sierra, mientras Kahta y Jinx iban en busca de un guía.

[Durante su estancia junto al grupo y en situaciones de combate únicamente, el comandante Praxus pasó a funcionar como un Compañero, sujeto a las reglas de los mismos.]

El primer lugar que visitaron Murdo y Thanatos fue la oficina del sheriff local. No tardaron en descubrir que el sheriff Brockmeyer era la única autoridad en Erebus; su palabra era ley. Era un corp de mediana edad y pelo entrecano, de rostro duro y ojos permanente achicados. Por lo que Murdo pudo sacarle, era un antiguo experto en seguridad y llegó a Erebus diez años atrás. Durante su mandato y según sus propias palabras, limpió el pueblo y devolvió al lugar una semblanza de ley y orden. Al preguntarle por el equipo Sierra, Brockmeyer respondió:

Les recuerdo, sí. Un par de damas muy bonitas entre ellos. No causaron ningún problema, así que apenas tuve que tratar con ellos. Lástima de gente. Mi responsabilidad termina en ese muro de energía. No contéis con volver a verlos, al menos no con vida. Si me hubieran dado un crédito por cada pardillo que he visto desaparecer ahí fuera, ahora ya sería el maldito presidente de la Junta Directiva.

Sus ojos estrechos dejaban claro que ya les estaba contando también a ellos en esa lista.

No tuvieron mayor suerte entre los distintos cuchitriles que ofrecían alojamiento. El lugar que había hospedado a los científicos, cuando por fin dieron con él, resultó estar albergado en la proa de un crucero kaltorano abatido a cañonazos de turboláser. Los tres pisos del “Bed and Brake Fast” estaban conectados entre sí y con otras residencias adjuntas mediante puentes de cuerda y tablones metálicos. Estaba regentado por una pareja de kaltoranos ya de cierta edad y de aire entrañable. Recordaban al Equipo Sierra. Se alojaron allí durante dos noches antes de contratar a Simms, uno de los guías más veteranos y fiables de la pequeña ciudad, y partir hacia la selva. La mujer apuntó, entre acusaciones de cotilla por parte de su marido, que había oído a varios de ellos discutir entre sí de manera bastante escandalosa, pero no supo decirles por qué ni cuales de ellos eran.

El rastro del equipo también les condujo a las Evas de Adam, el principal burdel de Erebus, donde las tropas legionarias que acompañaban a los investigadores habían hecho compañía a algunas de las “Evas” más caras del lugar. La labia de Murdo y un pequeño soborno lograron que Adam, el regente, les permitiera hablar con las chicas en cuestión. Estas les revelaron lo que los soldados habían contado como parte de la “charla de almohada”: afirmaron dirigirse a la jungla con un puñado de “malditos científicos”. Esperaban toparse con Nephilim salvajes ahí fuera, y parecían ansiosos por enfrentarse a ellos en combate.

Por su parte, Kahta y Jinx tuvieron mejor fortuna… sobre todo Jinx. El primer lugar al que acudieron fue el Bar de Bagra, el principal abrevadero del lugar. Bagra era, como Kahta, una Nephilim del genotipo Emisario, y por tanto, prácticamente humana en apariencia salvo por su piel verde y las líneas de diseño que recorrían su cuerpo. Su bar estaba situado en una antiguo módulo de carga eyectado durante la guerra. Al preguntarle por algún guía, la bulliciosa y descarada tabernera les dijo entre trago y trago que el mejor de ellos, Simms, había partido días atrás para conducir a una expedición de “cabezahuevos” a la jungla. Que ella supiera, sólo había tres personas más en todo Erebus lo bastante locos como para salir al exterior voluntariamente y más de una vez, y uno de ellos estaba sentado en una mesa del rincón.

Thorpe era un corp que estaba con la mirada vidriosa perdida en el vaso que tenía delante. Tenía unas profundas ojeras y las motas doradas propias de su especie eran especialmente oscuras, casi marrones. Según Bagra, se había quedado varado en Mishpacha veinte años atrás. El equipo con el que llegó fue aniquilado en la jungla, y sólo sobrevivió él. Cuando se aproximaron a él y le tantearon, Thorpe respondió que él les llevaría donde necesitaran ir, y a un buen precio, con una única condición. Todo el Loto Púrpura que encontraran ahí fuera era suyo.

Los sueños del Loto son los mejores, ¿sabéis? ¿La realidad virtual esa de la que habla todo el mundo? Basura. Se nota que es todo falso a la legua. ¡Ah! Pero el Loto hace lo virtual real… No, no estoy alucinando. Así está la cosa. ¿Queréis ir ahí fuera, no? Pues sí, yo puedo guiaros donde sea, pero todas las flores de Loto son mías, ¿entendido? Vosotros, Blanditos, tampoco sabríais qué hacer con ellas.

Retirándose para fingir debatirlo, se alejaron de él sin pensárselo dos veces. Jinx tuvo muy claro que ese hombre era un adicto y de los peores. No necesitaban a alguien así, a pesar de su evidente conocimiento de la jungla. Al preguntarle a Bagra por las otras dos opciones, la Nephilim dijo:

Siempre está Cicero, pero contigo a bordo, cariño -le dijo a Kahta-, yo no contaría con él. Es un legionario, y nunca le veréis por aquí. Odia a los nuestros apasionadamente. Para ese tipo, el único Neph bueno es el Neph muerto. Nos culpa de su cojera. Si le pagáis suficiente le podrá más el metal que su rabia, pero yo no me fiaría de tener a alguien así a mis espaldas en medio de la selva.

¿Y cual es la tercera opción? -preguntó Jinx.

Ah, la tercera opción… Marissa Fine. ¡Menuda elementa está hecha! Mientras viva nunca dejará de intentar tumbarme bebiendo… cosa que no ha logrado nunca nadie. Pero hay que reconocer que sabe lo que hace. La podéis encontrar en su taller junto a la antena de radio. Es algo así como la manitas del lugar. Pero ojo con ella. Le gusta mantenerse… ocupada… y no le hace ascos a nada. Advertidos quedáis.

Aquello sonaba mejor que los otros candidatos, y las advertencias de la tabernera únicamente habían servido para picar más su curiosidad, especialmente la de Jinx, así que un rato más tarde llegaron al lugar indicado. El taller de Fine parecía una mezcla entre taller mecánico, garaje, tienda de electrónica y chatarrería. El sonido de un soplete se escuchaba desde la trastienda.

Al cabo de unos segundos, el soplete se detuvo y de dentro salió una kaltorana joven de rastas de color rubio oscuro y un brazo completamente tatuado. Llevaba unos grandes auriculares cubriendo sus cuatro orejas, a un volumen lo bastante alto como para que la música se escuchara incluso a distancia. Cuando les vio allí, se quitó los cascos mientras les repasaba de arriba a abajo con la mirada. Después se acercó a ellos y se presentó, tendiéndole la mano a Jinx.

Es solo un poco de grasa, guapetón -dijo ella, al verle la cara-. No va a hacerte ningún daño. Quizá incluso te guste la sensación… Tienes cara de haber crecido sobre el agua. Debe estar bien, no tener que preocuparse por que una pequeña fuga se convierta en un diluvio sobre tu cabeza.

Luego miró a Kahta, con la misma intensidad que había mirado al kaltorano.

Veo que ese escáner está recién salido de fábrica. Yo podría… tuneártelo… en la trastienda, si quieres…

Los dos compañeros se miraron entre sí, antes de redirigir la conversa al motivo que les había llevado hasta ella. Marissa Fine asintió. Ella podía guiarles, les dijo. Salía bastante  al exterior, conocía la jungla y no se le daban mal los rifles. Su precio no sería barato, pero al menos “no era una fanática ni una yonqui”, en sus propias palabras. No tardaron mucho en cerrar un trato con la exhuberante mecánica.

¿Sabes, encanto? -le dijo a Jinx, pintando un rastro de grasa en su mejilla con la punta de un dedo-. Cuando vives aquí, cada día puede ser el último, así que lo más inteligente… es disfrutar de cada momento, siempre que puedas. Tienes pinta de saber de mecánica. ¿Te interesa la ingeniería de aerodeslizadores? En la trastienda tengo un motor de flotación… muy interesante. ¿Quieres verlo?

Jinx la miró, y luego miró a Kahta encogiéndose de hombros. Mientras le guiaba hacia la parte de atrás, Fine clavó los ojos en la Nephilim, dejándole claro que ella también estaba invitada.

Kahta permaneció en silencio durante unos segundos, inescrutable. Después abandonó el taller sin decir nada.

Unas horas más tarde, los ocho miembros de su expedición se encontraban ante las puertas de la verja láser de Erebus, pertrechados y equipados, esperando a que el sheriff Brockmeyer abriera el acceso.

Murdo abrió la caja del transpondedor que les habían entregado y contactó con Arquímedes para informarles de que se disponían a abandonar Erebus. La voz de Rachel Colson les llegó metálica a través de las ondas.

Recibido, equipo de rescate. Mucha suerte ahí fuera.

Y dicho eso, uno a uno fueron cruzando las puertas y dejando atrás la seguridad del puesto avanzado para adentrarse en uno de los entornos más salvajes y hostiles de todo el sistema Haven: las negras junglas de Mishpacha.

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