Crónicas de Alasia, Libro 2: (XXI) La Batalla de las Ruinas, Parte I

EXPLORADORES DE WILWOOD

Elian Arroway, mago abjurador de la Sangre del León

Shelaiin Liadiir, guerrera elfa de la Casa Liadiir, hija del Ithandir Sovieliss

Gaul, iniciado druida semiorco proveniente de Dun Emain

Dworkin, hechicero gnomo con afinidad por lo silvano

Tarkathios, guerrero de brazo tatuado kurathi con misteriosos poderes

Quarion, arquero, cazador y rastreador elfo de los bosques

ESCUDOS DE PIEDRA

Tobruk, enano ex-esclavo convertido en un furioso luchador

Lomborth Barbazul, enano de las montañas discípulo de Dumathoin

Grugnir, enano bribón y astuto poco amigo de los compromisos

Sarthorn, veterano ballestero enano curtido en la Grieta del Trueno

Caellum, cerrajero enano que empieza a descubrir un misterioso don

Escudo 4

Y llegó el alba, y todos acudieron a sus posiciones acordadas. Habían trazado un plan de batalla, y solo les quedaba ceñirse a él y rezar. Al regresar a las ruinas de la ciudadela élfica, habían comprobado que su intento de pillar a los ogros desprevenidos había fracasado por completo. La barbacana sobre el portalón en el muro este estaba custodiado por dos centinelas, y varios más protegían el flanco norte, tras la maraña de estacas puntiagudas. Los brutos estaban prevenidos, y mejor organizados de lo que habían imaginado. La treta de intentar fingir actividad humana cerca de las ruinas había salido al revés de lo previsto, y ahora la posibilidad de salvar las defensas exteriores antes de entablar combate se había evaporado por completo. Deberían tomar los muros. 

Ante aquel obstáculo imprevisto, se optó por un cambio de estrategia, y así fue como llegaron a acordar el plan que estaban a punto de poner en práctica. Necesitaban un yunque y un martillo. Un grupo, formado por los guerreros más fuertes y pesados, atacaría las ruinas por el norte. Atraerían la atención de los defensores hacia allí, mientras intentaban de alguna manera superar la barrera de estacas y penetrar en el patio de la ciudadela. Ellos serían el yunque. Un segundo grupo formado por los miembros más ágiles de la compañía permanecería apostado en el flanco oriental y oculto en el lindero del bosque, preparado para atacar por sorpresa cuando la ocasión fuera más propicia. Ellos serían el martillo.

Al alba todos estaban en sus puestos. En el pelotón situado al norte se encontraban Gaul y Tarkathios, y los enanos Sarthorn, Lomborth y Tobruk, este último equipado con un cuerno de caza con el que dar la señal de ataque a sus camaradas en el otro grupo. Elian iba con ellos, para proporcionarles apoyo mágico. Junto al muro oriental aguardaba Shelaiin, junto a Quarion, Grugnir y Caellum, con Dworkin tras ellos para contribuir al asalto con su hechicería. Varios de sus miembros habían recibido conjuros que les facilitarían su papel en la batalla, magia que les haría correr como el viento y trepar por las paredes como si fueran suelo firme y llano. Todo estaba preparado, y cuando el primer rayo de sol asomó por encima de las copas de los árboles de Wilwood, empezó la Batalla de las Ruinas.

Los guerreros del yunque salieron a la vista, armas enarboladas y armaduras centelleando con el dorado sol, primero caminando despacio y sin temor, y lentamente acelerando el paso hasta que arrancaron a cargar con gritos de guerra en los labios, que se fundieron con los vozarrones de los ogros dando la voz de alarma. Por detrás de ellos, Elian recitaba las palabras de poder de un conjuro, cuando uno de los ogros exclamó algo en su gutural y tosca lengua, y de repente varias jabalinas surcaron el aire hacia el mago. Una de ellas se clavó en la pierna de Elian, y el abjurador gritó de dolor.

¡Van a por los magos primero! -exclamó alguien mientras Elian luchaba por mantenerse en pie con los oídos retumbando por una súbita presión. Recordó como les había derribado una torre encima en su último encuentro; estaba claro que los ogros tampoco lo habían olvidado.

Sarthorn y Tarkathios devolvían el fuego de los ogros mientras avanzaban, pero los gigantes eran demasiados y demasiado duros. Dos grupos de ogros empezaban a tomar posiciones para recibirles. Sus largas lanzas y su tamaño natural les permitiría atacar cómodamente desde detrás de la empalizada de púas afiladas sin que los asaltantes tuvieran oportunidad de devolver los golpes. Si no encontraban una manera de atravesarla, les masacrarían como a insectos. Por fortuna, Lomborth se había preparado para ello. Invocando a Dumathoin sin dejar de avanzar, pidió al Señor del Subsuelo que intercediera a su favor. Ante sus palabras, el suelo bajo una sección de la barrera de estacas empezó a ablandarse y a convertirse en grueso polvo y tierra suelta. Las estacas no llegaron a caer del todo, pero quedaron menos firmemente sujetas, y con las puntas más bajas de lo que habían estado. En un “pasillo” de unos tres metros de anchura, cruzar sería menos peligroso, pero aún así no era suficiente.

De repente, una ráfaga de viento intenso barrió aquella misma zona, levantando una nube de polvo hacia el interior. Una a una, las estacas sueltas fueron derribadas por el poderoso vendaval, y algunas de ellas incluso volaron hacia atrás, golpeando a una de los ogros. Con su conjuro completado, Elian se cubrió tras un árbol sonriendo pese a su herida. ¡Habían abierto brecha! Tobruk fue el primero en atravesar corriendo hacia el interior, esquivando los lanzazos que le llovían gracias a los secretos de combate de los enanos, perfeccionados durante generaciones y generaciones de guerras contra enemigos de tamaño gigantesco. Lomborth le siguió, y aunque era menos ágil y no iba cubierto en una pesada armadura, se había protegido con su magia. Tras los enanos, Gaul y Tarkathios empezaron su propio asalto mientras los defensores empezaban a moverse para taponar la brecha y contener su avance.

Entonces, atraídos por el jaleo del combate en el flanco norte, los dos ogros situados sobre la puerta (quizá rompiendo cualquier disciplina que les hubieran impuesto) saltaron al suelo hacia el exterior del muro, con la intención de rodear por fuera y atacar a los asaltantes por detrás, atrapándoles en un torno mortal. En ese momento Tobruk hizo sonar el cuerno, y el martillo se puso en movimiento. Mientras el arco de Quarion soltaba una certera flecha contra uno de los ogros, clavándosela en el hombro, Dworkin intentó dormir al segundo. Sin embargo, la criatura resistió el embrujo sacudiendo violentamente la cabeza y soltando un bramido.

Antes de que nadie más pudiera reaccionar, los dos ogros cambiaron de dirección, y obedecieron las órdenes que su caudillo les había dado: acabar con los hechiceros primero. Cargaron contra el pequeño gnomo que acaba de soltar un conjuro con la fuerza imparable de sendos rinocerontes. Los compañeros habían calculado que se habían situado a una distancia suficiente de los ogros como para tener tiempo de reacción, pero no habían contado con el largo alcance que les proporcionaban sus lanzas. El primer ogro ensartó a Dworkin por un hombro. El segundo le empaló, atravesándole el vientre y levantando su pequeño cuerpo en vilo con un aullido triunfal. Con un gesto brusco de la lanza lo desclavó, haciendo volar el cuerpo hacia un lado. Dworkin ya estaba muerto al chocar contra el suelo. La muerte hacía acto de presencia en la Batalla, y se había puesto de parte de los defensores.

[Fue una verdadera lástima, porque Dworkin recibió el daño exacto para morir. Si hubiera sufrido un solo punto de daño menos, Grugnir habría podido salvarle la vida con su magia divina. Pero así son las cosas, y todos sabían que la batalla sería muy dura. Los jugadores iban mentalizados que habría bajas, aunque claro, una cosa es la posibilidad y otra es que esta se materialice de verdad. Fue el adiós a un personaje con bastante recorrido, y eso siempre es durillo.]

Los asesinos del gnomo no tuvieron tiempo para saborear su victoria, sin embargo. Shelaiin se lanzó contra ellos como un meteoro de acero élfico, y mientras la guerrera practicaba con ellos su danza de la muerte, Grugnir y Caellum les flanquearon por detrás para apuñalarles por la espalda. Pero mientras el martillo quedaba trabado con los dos ogros, no podía cumplir con su cometido de golpear a los enemigos contra el yunque. El grupo que asaltaba el patio se quedaba sin refuerzos, y la lucha allí se recrudecía por momentos.

[Los jugadores sabían lo que hacían cuando decidieron que los Escudos de Piedra se incorporaran a la misión de recuperar la fortaleza. Los enanos tienen un bono de +4 a la CA contra enemigos de tipo gigante, lo que incluye a los ogros. Ese bono, junto a los conjuros de protección o sus armaduras, les hacían muy difíciles de impactar incluso por los brutos con su considerable fuerza. Sin esa ventaja, la batalla hubiera tomado otro rumbo muy rápidamente. Lomborth a menudo cumplió con el muy arriesgado cometido de servir de “tanque”, luchando a la defensiva para aumentar aún más su CA y obligar a los enemigos a gastar sus ataques de oportunidad, para que sus compañeros menos protegidos pudieran moverse con menos riesgo. Una táctica sumamente peligrosa, pero que facilitó bastante el acceso al interior a través del “pasillo” despejado con la magia combinada del druida y el mago.]

La batalla se prolongaba, y sin los refuerzos del martillo, no iba demasiado bien para los asaltantes del flanco norte. Empezaban a sentirse presionados. Tobruk, que había entrado en su furia berserker tan pronto como había empezado la batalla, empezaba a dar muestras de cansancio. El precio de semejante estado de rabia era elevado: en cuanto la ira cediera, se pasaría el resto del combate jadeando y exhausto. Elian seguía apoyándoles con rayos de fuego y proyectiles mágicos, pero para poder servirles de algo, antes se había visto obligado a protegerse a sí mismo con un conjuro que desviaba las flechas y los proyectiles. La cosa empeoró cuando uno de los ogros corrió hacia la puerta de uno de los edificios intactos dentro del patio, y golpeó la puerta con fuerza. En unos segundos, un par más de ogros salieron al exterior mientras agarraban sus lanzas. Desde la esquina opuesta de la fortaleza, en el rincón suroeste, una pareja más cruzaba el patio para unirse a la refriega. Si todos ellos, más de una docena de ogros, se unían contra el yunque, estaban acabados. Las flechas de Quarion se unieron a los virotes de Sarthorn, pero parecía imposible contener la marea.

Entonces, las puertas del edificio principal se abrieron de par en par, y el líder del clan de ogros apareció en su umbral. Era un viejo ogro imponente, de brazos como troncos de árbol, y con una mirada de inteligencia nada frecuente en su especie. Seguía llevando la frente marcada como una res con una runa extraña, y en las muñecas llevaba gruesos grilletes cuyas cadenas habían sido arrancadas. Pero a diferencia de la última vez que le vieron. tres largos surcos rojizos marcaban la parte izquierda de su rostro, tres cicatrices recientes dejadas por un garrazo. Aunque no había perdido el ojo, éste había quedado de un tono amarillento enfermizo. Un sudor frío recorrió la nuca de todos cuanto lo vieron, no solo porque parecía el mejor guerrero de todos los ogros, sino porque aquello significaba que las ruinas no eran un lugar seguro donde ocultarse durante la luna de sangre. ¡Los ogros no habían erigido sus defensas pensando en ellos, sino en los lobos de Wilwood! Detrás del líder, se entreveía en el interior del edificio la silueta de una mujer ogro, probablemente la matrona del clan.

Ante aquella oleada y la aparición del jefe guerrero, de nuevo Lomborth recurrió al poder de Dumathoin. Alzando un puño al cielo, de repente sobre la enorme sección central del patio empezó a caer una lluvia de piedras grandes como puños. Los guijarros pillaron a dos de los ogros que se acercaban, golpeándoles con fuerza y obligándoles a echarse hacia atrás, pero los daños (aunque bienvenidos) no eran el efecto que estaba buscando el enano. El suelo del patio quedó rápidamente cubierto de piedras, haciendo que avanzar a través de él fuera lento y complicado.

Aquello les dio a Shelaiin y los enanos el tiempo que necesitaban para acabar con los asesinos de Dworkin, y al lograrlo echaron a correr a una velocidad sobrenatural para trepar mágicamente los muros de la barbacana. Por desgracia, durante su lucha otro ogro, abandonando su puesto inútil en el muro sur, se había encaramado al puesto de guardia y lo defendía con su lanza. Grugnir y Caellum subieron corriendo por la pared, sin necesidad de tener que agarrarse con las manos, y se quedaron pegados a ella intentando acuchillar al gigante sin exponerse a sus ataques. La elfa, como siempre, fue más temeraria. Corriendo con todas sus fuerzas, subió la pared a grandes zancadas como si fuera tan lisa como el suelo y se lanzó con toda su inercia contra el ogro, tal y como había hecho durante el Torneo contra el falso Balkan. Y de nuevo la guerrera, usando toda su fuerza adrenal, hizo volar por los aires a un enemigo que la duplicaba en altura y por varias veces su propio peso. El ogro se estrelló contra el suelo a tres metros de altura, en el interior del patio, permitiendo que Grugnir y Caellum pasaran al otro lado con facilidad.

Al irrumpir el segundo grupo de asaltantes, los defensores se vieron también obligados a dividir sus fuerzas. El yunque había ido derribando ogros uno tras otro, pero aún seguían llegando más, y Tobruk se había visto obligado a retirarse, preso ya de la fatiga, mientras sacaba su arco para intentar seguir sirviendo de algo a sus compañeros. Mientras Grugnir y Caellum se adelantaban con velocidad casi cómica en unos seres de patas tan cortas, interceptando a la pareja de ogros que avanzaba cruzando el terreno pedregoso, Shelain siguió con su furia gélida y sin pensárselo dos veces, saltó desde lo alto de la barbacana contra el ogro al que acababa de derribar. El ogro interpuso su lanza y podía haberla ensartado fácilmente. La punta del arma pasó a meros centímetros del cuerpo de la elfa, pero esta cayó con su espada curva centelleando y dejando una estela roja a su paso. Shelain se estrelló contra el ogro herido, y cayó rodando a los pies de la criatura tras su salto suicida.

Mientras, entre conjuro y conjuro, Elian presenciaba como sus compañeros marciales se enfrentaban cara a cara contra los ogros armados con lanzas, que luchaban con una organización y un sentido de la táctica impropio de esos seres primitivos, el mago tuvo un momento de claridad, y recordó donde había leído algo parecido. Era algo que no se veía en el mundo desde hacía muchos siglos; estas eran las falanges ogras de la Llama Oscura, de una era en la cual los ejércitos Atados a la Sombra de Wickmore aún eran tan poderosos que contaban con legiones enteras de monstruos y criaturas aterradoras. La Batalla de las Ruinas era un pálido reflejo de aquello contra lo que se habían tenido que enfrentar los últimos defensores de Sartia, durante los últimos días del Reino Perdido.

Como subrayando los siniestros pensamientos del mago, la voz de la mujer ogro retumbó como un trueno elevado a los cielos, y de repente, el jefe ogro empezó a crecer. En cuestión de instantes, duplicó su altura, convirtiéndose en un verdadero gigante de seis metros de altura, capaz de abatir con su lanza larga como un árbol a enemigos a 9 metros de distancia. Con poderosas zancadas, el ogro colosal cruzó el patio y empezó a sembrar el dolor y la destrucción entre las filas de los asaltantes. La parte más dura de la batalla acababa de empezar.

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