Crónicas de Alasia (LIV): Oscuridad

Estás sumergido en un mar de oscuridad. A tu alrededor, la nada. El silencio. No eres más que una débil sensación en el vacío, aferrada a la existencia por el más leve retazo de consciencia. El tiempo no significa nada en esta negrura densa y casi viscosa. Entonces una voz femenina, clara y diáfana, pero cargada de urgencia, resuena como un eco en tu mente y hace  en pedazos el silencio del vacío.

¡Despierta! ¡Ya viene! ¡¡¡Despierta!!!

La voz de mujer se desvanece como un sueño, sustituida por otra voz, esta vez de varón, dura, cortante, e imperiosa. Real y atronadora. La segunda voz repite su orden:

¡Arriba!

Con la voz, desaparece el cómodo arrullo del vacío, y vuelve el dolor. Todo tu cuerpo parece incendiado, ríos de lava en lugar de venas, y la agonía te recuerda lo sucedido. La marea de kobolds. Las heridas recibidas. La resistencia en vano. Recuerdas quien eres, y te sorprende el hecho de seguir con vida. Con un terrible esfuerzo, intentas abrir los ojos.

Estás en un lugar oscuro, mucho más oscuro de lo que tiene derecho a ser. Estás atado firmemente, o quizá encadenado, a algo duro y frío, probablemente una columna o una pared, totalmente inmovilizado. Tus ojos apenas logran penetrar las sombras, pero crees distinguir más bultos negros no muy lejos, también inmovilizados… ¿quizá tus compañeros? Sea como sea, no distingues si están vivos o muertos. La voz vuelve a hablar, y esta vez viene acompañada de un fogonazo purpúreo. A la luz de una tenue llama púrpura aparece un hombre. El resplandor de las llamas violáceas le baña sólo a él, dejando el resto del lugar en una profunda oscuridad. Es alto y delgado, y va envuelto en una túnica de aspecto ostentoso, negra con ribetes morados. Su cabello es lacio y oscuro, igual que la rala y puntiaguda barba que lleva. Está extremadamente pálido, y sus ojos son de un azul mortecino, frío y sin vida. Sonríe cruelmente, exudando desdén. Su voz vuelve a sonar, llenando la penumbra.

Así que estos son los famosos Escudos de Piedra… Decepcionante.

Intentas decir algo, lanzar un desafío, pero estás demasiado débil para hablar.

¿De verdad creíais que podríais irrumpir en mi morada, superar a mis guardianes y llegar hasta mí? Dicen que los enanos son duros como una roca, pero lo único que yo veo es que son igual de listos. ¿Me estabais buscando? Bien, pues ya me habéis encontrado. Sin embargo, no creo que disfrutéis de la experiencia. Tengo grandes planes para cada uno de vosotros. Ahora me pertenecéis  Bueno, no todos. Traigo una oferta para uno de vosotros, el que se demuestre más dispuesto a cooperar. Seas quien seas, habla y serás libre. Podrás irte. Pero quiero saberlo todo.

¿Quién os envía? ¿Para quien trabajáis? Es la Hermandad, ¿verdad? Nunca aprenderán… Quiero saber quien maneja vuestros hilos, con qué propósito y el nombre del resto de sus agentes. Confiesa, y serás libre. Pero no tardes en decidirte… la oferta es sólo para uno. Que no se te adelanten.

Ahora os dejo. Meditad mi oferta. No la volveré a repetir. Y no temáis, os dejo en buena compañía.

Girándose hacia la oscuridad que hay tras él, dice:

A la más mínima tontería o intento de huida, mátalos a todos.

Entonces algo sale de las tinieblas, como llegado de ultratumba, y queda iluminado por la llama oscura del mago, una silueta terriblemente conocida, una mole de carne putrefacta con la cabeza ladeada debido a que su cuello roto es incapaz de sostener su peso, y un brazo enorme y musculoso mucho más grande que el otro…

Con un fulgor rojizo ardiendo en sus cuencas vacías, la criatura gime y habla con la voz de un muerto:

¡¡¡VORLAK… MATA!!!

Sonriendo, el mago Gerbal desaparece en la oscuridad.