Crónicas de Alasia, Libro 2: (LIII) La Liberación de Durham, Primera Parte

LOS JINETES DE MEDIODÍA

Deornoth, joven paladín sarel, atrapado entre la senda del arco y de la espada

Percival Whitesword, arrojado e impulsivo espadachín alasiano

Beren, jinete Sarathan de las llanuras, hijo menor de un Thane

Escudo 12

Aquella vez, cayeron sobre las atalayas como sendos halcones, de manera rápida y certera. Los dos guerreros Sarathan que iban con ellos lucharon con una ferocidad e ímpetu inusitados, y aunque el más mayor, Udalthred, cayó malherido, lograron acabar con la guarnición sin que pudieran dar la señal de alarma. El silbido de una de las flechas Sarathan les indicó que el otro grupo también había logrado su objetivo. Cogieron el cuerno de los guardias muertos y se lo llevaron consigo.

Cuando regresaron junto al Raed, Holgrym ya estaba distribuyendo a sus hombres en un perímetro alrededor de la base del camino que ascendía hasta Durham. Los Sarathan que habían tomado la segunda atalaya habían regresado también, trayendo como recuerdo un cuerno de alarma atravesado por una flecha. Sin duda, los centinelas de la empalizada habían visto ya al contingente, pero demasiado tarde para montar una contraofensiva.

Holgrym les miró y les hizo un gesto para que cabalgaran con él. Seleccionó a cuatro de sus mejores jinetes, y empezó a adelantarse camino arriba.

Sacad ese cuerno y dadle uso. Quiero hablar con su líder.

Beren sopló. El cuerno sonó en la noche, y por los sonidos, la actividad en el interior de la empalizada se redobló.

Cuando las cabezas con cascos de varios guardias se asomaron a lo alto de la empalizada, Holgrym adelantó su caballo un par de pasos, poniéndose peligrosamente cerca de la distancia de tiro.

Beren disparó una flecha silbadora de advertencia para disipar intenciones funestas. La clavó en la empalizada, lejos de las cabezas pero lo suficientemente cerca como para dejar clara la intención. La flecha silbó, llamando la atención de los guardias, que parecieron captar el mensaje.

Brenna había desmontado y también tenía su arco largo en la mano con una flecha en la cuerda.

Holgrym gritó para asegurarse de que le oían.

Allá vamos, pensó Deornoth.

¡Hombres de Kanth! ¡Llamad a vuestro señor! ¡Holgrym de los Aethelingas quiere unas palabras con él!…

Y después miró a los tres compañeros y añadió: Si tenéis algo que decirle a ese cerdo vendedor de hombres, pensadlo bien y pensadlo ahora.

Esperemos que salga… -dijo Beren.

Brenna asintió, y les dijo, en voz baja:

 Y si lo hace… ¿qué? ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuál es el plan?

Declarar el asedio.  Quizás no deberíamos nombrar la salida trasera, la tenemos vigilada y tampoco interesa que lo sepan… -respondió Beren.

A lo que Deornoth dijo:

E imponer las condiciones del asedio…  ¿Hasta que liberen a los secuestrados? ¿Y les resarzan? La disputa sobre el territorio ocupado incumbe al Barón y en esto ya se ha pronunciado. Les cede la plaza.

En el curso de acción que hemos elegido, aquí y ahora, somos el raed de Holgrym y solo eso.

Beren estuvo de acuerdo.

No deberíamos nombrar al barón en ningún momento.  No debería ser nombrado ni en caso de que se vayan… No se debe inmiscuir los intereses de Alasia en este asedio.  Por lo que a ellos respecta, es cosa de los Sarathan el erradicar a esos cerdos kanthianos.

Podríamos ofrecerles la libertad a cambio de que liberen a los esclavos y abandonen estas tierras , dijo Brenna sin sonar muy convencida.

No es que me guste -opinó Deornoth-, pero no tenemos más autoridad que la fuerza tras esa demanda. El legítimo señor de estas tierras ha optado por no inmiscuirse… Están en su casa, tal y como están las cosas. Por lo que a mí concierne, presionemos por la liberación de los cautivos.

Beren asintió.

Estoy de acuerdo con Deornoth, es nuestra única baza.

Entonces, tras su silencio inusitadamente largo, Percival estalló.

¿Y permitir que esas ratas se queden en nuestra tierra, ahora que los tenemos contra las cuerdas? ¿Dejar que sigan campando por Alasia, practicando sus artes y esclavizando a placer a nuestra gente?

La mirada de Percival parecía más firme y convencida de lo normal.

Entiendo que sería la solución más fácil, la más segura incluso… El Barón renunció a una guerra abierta con esta gente, cierto, pero no es él ni las gentes de Alasia quienes están aquí, sino un puñado de antiguos prisioneros buscando devolvérsela junto a una partida de guerra Sarathan. Yo digo que antes asaltaré solo este campamento que dejar que estos… perros abandonen Alasia con vida.

Miró a Beren y a Deornoth. ¡Son esclavistas, pardiez! ¡No tienen lugar aquí!

Beren intentó calmarle.

Percy, amigo, venimos en nombre del Barón…  Distinto es que no lo nombremos pero  para respetar su ley y también para no inmiscuirnos en el código de nuestro buen amigo Deornoth, ¿no deberíamos ofrecerles la posibilidad de irse? Creo más importante la seguridad de la Baronía que vengarse de un grupo de esclavistas de Kanth, aunque me hierva la sangre dejándolos marchar…

Deornoth hace un gesto de agradecimiento hacia Beren, pero dice:

Ahora no es momento de hablar de códigos, que en todo caso solo afectan a mi persona, ni tampoco de asambleas, caballeros. No tenemos derecho a tomar una decisión que meta a la baronía en una guerra…

Y haciendo un ademán hacia Holgrym y el raed…

No, al menos, hasta que hayamos asegurado aliados lo bastante poderosos y leales como para ayudarnos a mantener las fronteras contra Koran Kharr. Y eso pasa, estoy convencido, por liberar a esta gente primero. 

Y se dirigió a Percival, más en privado… 

Nadie campará a sus anchas. Si salen de Durham, solo se les permitirá marchar al sur.

Entonces en lo alto de la empalizada apareció una figura, rodeada de guardias y vestida con ropajes lujosos. Incluso en la distancia se le reconocía como al amo de la caravana. Oteó los alrededores durante unos momentos, antes de hablar. Su voz retumbó más de lo que era humanamente posible.

Alguien ha cometido un grave error esta noche. ¿Acaso estas tierras no tienen problemas suficientes sin además incurrir en la ira de la poderosa Tiphris? Habla, Holgrym, y rápido. No me gusta que me hagan perder el tiempo con sandeces.

El Sarathan sonrió, torvo.

Vas a perder mucho más que el tiempo, kanthiano, si no rindes este lugar. Habéis secuestrado a gente de los clanes y a nuestros aliados, los moradores de Alasia. No lo vamos a permitir.

Y les miró, conminándoles a presentar sus exigencias.

¿Por qué andarnos con rodeos…? -dijo Beren mirando en derredor-.  Todos sabemos que va a estallar una batalla.  Kanth y el Pal.  El resultado ya sabemos todos cual es.  Por como yo lo veo, kanthiano, tienes dos opciones. 

Beren adelantó el caballo unos pasos más allá de la línea de jinetes. 

Soy Beren, hijo de Frimthur, jinete del Clan del Hurón, y te ofrezco esto, kanthiano. En primer lugar, como dice el líder de este Raed, rendid el lugar, liberad a todos los esclavos. Y os advierto de que no dejaremos ánima con vida si dañáis a un solo prisionero, ya que con nosotros tenemos a hombres que escaparon de vuestro cautiverio y conocen bien a sus antiguos compañeros de celda.  

Viggo, el caballo de Beren se da la vuelta y Beren lo recondujo con un leve tirón de las riendas.  

Y en segundo lugar, tu lealtad con Tiphris es loable y admirable, y seguro que mandaras un emisario que saldrá a hurtadillas de Durham, para enviar un mensaje a la ciudad advirtiendo de la situación.  Mensaje que para cuando llegue, tu sangre ya habrá sido catada por el sable o la lanza de algunos de estos jinetes, sedientos de ella…  

Beren hizo una pausa para observar la reacción del acaudalado kanthiano y prosiguió. 

Incluso si el mensaje llegara a Tiphris, tú ya no estarás para saberlo, ni para disfrutar de otra oportunidad de seguir con tu miserable vida. Pero me pregunto por donde crees que podría salir un mensaje semejante, ya que no lo harán por las puertas de la ciudad… Quizás estés pensando en una salida oculta de algún tipo. Quizá por el pozo que hay en la iglesia que va a dar al maizal, donde tenemos a un grupo de rápidos jinetes esperando al valiente mensajero.

Pausa dramática.  

Todo queda en tus manos, oh noble kanthiano. 

En contra de lo planeado inicialmente, había visto adecuado jugar la baza del pozo para demostrar a sus enemigos que lo tenían todo controlado. Esperó que la avaricia y la cobardía kanthiana jugara en su favor.

Percival se adelantó también, poniéndose a su lado y buscando con la mirada a algún oficial o soldado que le pudiera reconocer de su cautiverio, buscando ser reconocido. Finalmente había contenido sus impulsos y decidido hacer caso a sus compañeros.

Vuestras artes y negocios no son bienvenidos aqui, perros de la poderosa Tiphris. ¡Liberad a la gente y huid como los cobardes que sois, o enfrentáos a los fantasmas de vuestros errores pasados!

Deornoth se colocó junto a ellos. Sus compañeros habían hablado con la verdad. Sólo tenía una cosa por añadir. Desenvainó su espada y la alzó hacia los cielos. Por un momento, la luz de la luna llena refulgió en la hoja, convirtiéndola en una versión plateada del símbolo de su dios. El paladín gritó:

¡Gardron! ¡Espada justa! ¡Que tu juicio caiga sobre aquellos que se te oponen! ¡La espada de la justicia pende sobre tí, Athuramn de Kanth! ¡Elige bien!

Por toda respuesta, el mercader-brujo exhibió una sonrisa arrogante en su rostro cetrino.

Directos al grano, así es como me gusta negociar. Pero ¿no deberías estar solucionando los problemas de tu propia casa, Beren hijo de Frimthur? ¿Sabe tu nuevo Thane que estás aquí? Al fin y al cabo, pagamos buen oro kanthiano a Anferth por algunas de nuestras nuevas adquisiciones.

Y veo que tenemos aquí también al “sobrino” de Stephan… ¡Hay que ser muy estúpido para volver a este lugar después de la última vez! Y también el medio elfo santurrón, con su palabrería de beato. Tu dios se tomó su tiempo antes de rescatarte, ¿eh? Vaya, y la mujer… ¡Debe proporcionaros grandes momentos, para que os merezca los hombres que perdísteis en su rescate!

Brenna tensó el arco de tejo negro y lo levantó, apuntando, pero Holgrym la obligó a bajar el brazo.

Pero sí, negociemos. Hablando se entienden las personas civilizadas, ¿no? -prosiguió el kanthiano-. He escuchado vuestra oferta. He aquí la mía. Cada día que dure esta pantomima, os haremos llegar la cabeza de uno de esos esclavos a los que tanto apreciáis. Empezaremos por los Sarathan, por supuesto.

Hizo un gesto, y un soldado hizo asomar a un prisionero. Era un chico de unos 14 años y alborotado pelo negro. Por como se pusieron blancos los nudillos de Holgrym alrededor de las riendas, no hizo falta que dijera que se trataba de Thremur, hijo de Vildalix de la Serpiente de Agua.

O quizá los dejemos para los últimos, quien sabe. No sé si se sentirán afortunados por ello, sin embargo. ¡Vosotros decidís, fornicadores de yeguas!

Deornoth miró de reojo a Holgrym. No hacía falta ser un lince para ver que el capitán Sarathan estaba rabioso, y con razón. Sabía que si ordenaba un ataque, el chico moriría de inmediato. Se debatía entre el orgullo y la razón, sabiendo que si cargaban destruirían la razón que les había llevado hasta allí, salvar al muchacho. Y un ataque mientras los kanthianos estuvieran atrincherados sería un mal asunto. Les podrían acribillar a flechas, apuntando a los caballos, y contra el muro de madera sus monturas de nada servían. Incluso si lograban la victoria, el coste en vidas sería altísimo.

Deornoth volvió sus ojos de elfo a la empalizada de nuevo. El capitán de la guardia era uno de los hombres que estaban allí, distinguible por el color morado del velo de su yelmo. Recordó lo que aprendió de los soldados kanthianos durante su cautiverio. No les gustaba estar allí. Lo detestaban. El lugar les ponía los pelos de punta. Eran supersticiosos, y creían que el pueblo fantasma estaba embrujado. Y eso cuando él aún estaba cautivo allí. Esos hombres llevaban mucho tiempo en ese lugar. Su moral debía estar por los suelos. Y entonces vio a los cuervos. Estaban posados sobre los troncos de la empalizada, dos, tres, cinco, una docena. Mirándole con sus ojos amarillos.

Adelantó su caballo un paso, y rezó a Gardron en silencio. Era un disparo muy largo, y lo sabía, pero tenía que intentarlo. Alzó la espada una vez más.

¡Hombres de Kanth! ¡No hay esclavos en Durham! ¡Hay gente libre! ¡Hay soldados! ¡Y la justicia llama a vuestra puerta! ¡Sólo los justos se salvarán a la larga! ¿No os sorprendió encontrar esta  tierra vacía?

Dejó que sus palabras calaran poco a poco.

¡Ya sabéis por qué! ¡Holláis una tierra tocada por el mal! ¡Y lo podéis sentir! ¡Lo sabéis! ¡Los antiguos poderes que moran en este lugar os juzgan! ¡Os visitan en vuestros sueños! ¡Habéis visto sus ojos! ¡Liberáos de vuestro yugo! ¡Salvad vuestras almas! ¡Haced lo correcto y sólo justicia encontraréis entre nosotros!

¡Abandonad este lugar maldito! ¡Ahora que aún podéis! 

En ese mismo momento, los cuervos de la empalizada levantaron el vuelo con un sonido de aleteos que rompió la noche, y se alejaron graznando, provocando que los soldados kanthianos que estaban a la vista dieran un paso hacia atrás y agacharan la cabeza instintivamente. Al instante, un coro de graznidos respondió a los primeros, provenientes del bosque, de Wilwood.

Han estado soñando con cuervos…  recordó Deornoth, viendo de nuevo en su mente aquel cuervo posado sobre la estatua desfigurada de la Dama Verde. 

[Entonces le pedí al jugador de Deornoth que hiciera una tirada de Diplomacia. Había dado con una de las teclas que podían hacer mella en los kanthianos, y aquello le daba una oportunidad… remota. Decreté la dificultad en 25. Como dice la Primera Ley del Rol que me acabo de inventar, era el momento idóneo para sacar un 20 natural con el consiguiente y también natural jolgorio entre los jugadores.]

El lord mercader pareció estar a punto de replicar desdeñosamente de nuevo, pero entonces miró a su alrededor, y vio los rostros de sus hombres. Parecía que la larga estancia en Durham había hecho auténticos estragos en ellos, y las palabras del paladín habían encontrado su objetivo. El mercader se dirigió de nuevo a ellos. 

Tendréis nuestra respuesta con el nacer del sol. 

Y dicho eso, desapareció tras la empalizada junto a sus hombres.

6 comentarios en “Crónicas de Alasia, Libro 2: (LIII) La Liberación de Durham, Primera Parte”

    1. En principio iba a ir todo en una sola entrada, pero se alargó tanto que no era factible y tuve que partir. Se va acercando el final del libro 2, con todos los grupos acercándose a su propio desenlace climático… y te puedo decir que todas las sesiones que quedan por contar fueron de traca.

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      1. Eres afortunado. No sé cuantas veces por semana jugarás, pero ojalá yo tuviera tiempo para el rol.

        Por cierto, ¿qué pasó con el sandbox de DCC?

        PD. Lo del dragón si que ha sido de traca XD

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      2. Pues por lo general tenemos partida una vez a la semana, y algún domingo por ahí cae un juego de mesa. Ahora estamos entre «libros» o «temporadas» de Alasia, con lo que estoy gozándolo al otro lado de la pantalla.

        Lamentablemente, el sandbox de DCC por Comunidad Umbría tuvimos que dejarlo aparcado, sobre todo porque por complicaciones varias no me daba la vida este año. Me dio una lástima tremenda, porque lo estábamos pasando muy bien y los jugadores eran muy top.

        Y sí, lo del dragón fue la manera que tuvo la realidad de pinchar su burbuja y recordarles que siempre hay un pez más grande… lástima que se llevara a uno de los PJs por delante.

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