Crónicas de Alasia, Libro 2: (XXXIX) El Hombre Delgado

LOS MAPEADORES DEL NORTE

Thaena Sveinsdóttir, guerrera y exploradora korrwyf con sangre de gigantes

Qain’naan, monje enoquiano seguidor de la senda del Fantasma Hambriento

Petrus Cornelius Faust, alquimista andmar recién llegado a Alasia

Assata Silil, conjuradora kushita acompañada de su eidolon panteriforme Shakar

Fray Dervan Oban, clérigo itinerante y bonachón de Uriel

Escudo 1

Para preparar su trampa, necesitaban descubrir al resto de los hombres-cuervo que habitaban en Crawford Manor. En realidad, sólo hacía falta encontrar a uno, y Qain tenía una idea de a quien acudir.

El grupo se presentó en la fragua de Merle. El corpulento herrero dejó de golpear en cuanto les vio entrar. Sabía a lo que venían. Y ya no tenía sentido negarlo. 

Estáis en lo cierto. Pertenezco al pueblo cuervo, como mis difuntos hermanos. 

Les hizo esperar unos minutos, para regresar junto a Rook, el senescal, y Faye, el ama de llaves. Ellos tres eran lo que quedaba de los guardianes córvidos de la mansión.

Nos hemos visto obligados a mantener la discreción para no acabar como nuestros congéneres -contó el herrero-. En forma de cuervo, no tememos a ningún acero; el hierro no nos muerde. Pero en forma de hombres y mujeres, las armas nos matan como a cualquiera. La mejor manera de cumplir nuestra misión sagrada era hacerlo en secreto. Pero ahora alguien nos está descubriendo, alguien artero y peligroso a quien no hemos podido contrarrestar. Waldron era el más viejo y poderoso de todos nosotros, nuestro líder. Después de la primera muerte, se encargó personalmente de dar caza al asesino para protegernos al resto. Pero tan sólo logró convertirse en la segunda víctima. 

Por eso debió ser torturado de manera tan atroz -sugirió Petrus-. Intentaban forzarle a confesar la identidad del resto de vosotros.

El asesino puede ser cualquiera -dijo Rook-. No hay forma de descubrirle.

Debemos forzarle a revelarse -dijo Qain-. Y cuando lo haga, le estaremos esperando.

¿Y como hacemos eso? -preguntó Fray Dervan, que todo lo que tenía de bonachón lo tenía de simple.

¿Como se caza a un animal esquivo? -siguió el monje-. Con una trampa. Pero para eso, necesitamos un cebo.

Contad conmigo -dijo Merle-. Hay que poner fin a esto de una vez.

Un rato más tarde, se montó un buen follón en el patio principal, delante de la herrería. El grupo discutió fuertemente con Merle, acusándole de ser uno de los hombres-cuervo. El fortachón lo negó todo con el rostro enrojecido de ira, acusándoles a su vez de portar la muerte a su paso. Alida tuvo que intervenir para poner paz y calmar la situación, y después de eso, los aventureros se marcharon a proseguir sus pesquisas por otro lado.

Ahora solo quedaba tomar posiciones y esperar.

Assata había invocado a Shakar en el interior de la herrería, que estaba anexa a los establos. Si algo pasaba, la pantera extraplanar estaría preparada, y Assata lo sabría a través de su vínculo mental. El resto del grupo se posicionó en lugares poco sospechosos pero lo bastante cercanos como para acudir rápidamente el lugar en cuanto saltara la trampa.

Y la trampa saltó no mucho después de anochecer.

De repente, Assata sintió un dolor agudo y lacerante a través de su vínculo, y supo que Shakar había sido herido. Un segundo después, el rugido poderoso de la bestia retumbó por toda la mansión. Concentrándose en su vínculo, Assata perdió el mundo de vista para empezar a ver a través de los ojos de su eidolon, y vio lo que estaba sucediendo.

Merle estaba tumbado boca abajo, al fondo de la herrería, en un charco de su propia sangre. Y Shakar tenía en frente a un gato negro, bufando y resoplando agresivamente. El gato empezó a crecer. Se estiró y sus articulaciones chasquearon y se retorcieron para adoptar una postura bípeda. Su pelo empezó a clarear y a cambiar de textura, y su cuerpo se estrechó hasta límites insospechados, mientras su cabeza se abombaba y adoptaba tintes anaranjados. En unos instantes, el gato negro se había transformado en un espantapájaros viviente, de dos metros de altura, hecho de paja seca y con extremidades que eran palos de madera rematadados en dedos como ramitas tan puntiagudas como dagas. Su cabeza era una calabaza siniestra en cuyo interior parecía arder un fuego infernal. El Hombre Delgado había revelado su verdadera naturaleza.

El grupo empezó a correr hacia la herrería mientras aquello sucedía, aprestando sus armas y conjuros. No tendrían una segunda oportunidad. Ahora entendían porqué Waldron había aferrado briznas de paja en sus manos muertas. No de la prisión donde el pequeño había estado encerrado, como habían pensado en un principio, sino que era de su propio asesino. Y también recordaban lo que la difunta Breanda les había contado sobre un gran gato negro molestando a los cuervos unos días atrás. Ese gato había desaparecido de la mansión… justo cuando Bran empezó a hacer cosas raras.

Los compañeros llegaron en tropel a la puerta de la herrería, y se encontraron cara a cara con el espantapájaros asesino. Al verles, éste graznó, con una voz crepitante:

¡Bar-lgura! ¡Cumple con tu parte!

Y con un puff de azufre y humo negro, detrás suyo apareció el demonio-simio, rugiendo bestialmente y golpeándose el pecho. Antes de que nadie pudiera evitarlo, el demonio dio un poderoso salto hacia adelante, levantando los puños para aplastar a sus enemigos.

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