Crónicas de Alasia, Libro 2: (XVII) Los Portadores Cabalgan de Nuevo

LOS PORTADORES DEL AMULETO

Sir Alister Norff, Caballero Protector del Reino Perdido

Adavia Morthelius, hechicera e Iniciada Dra’gashi

Shahin ibn Shamal, Magus Sûlita heredero del Viento

Ealgar Caul, Escudero de Sir Alister de la sangre del León

Ponto Overhill, Bardo Mediano

Namat, Sacerdote de Valkar, Padre de la Batalla

Cosecha 28

El amanecer del nuevo día sorprendió a los Portadores del Amuleto en los establos del Hacha y el Suspiro, ultimando los preparativos para su nueva expedición. Tras el Concilio del Barón, su misión debía ser retomada sin demora. El Amuleto debía ser destruido, y no había manera de saber cuan fuerte se habría hecho su Voluntad después de su encierro en el castillo. Pero la compañía había cambiado tras el combate entre Alister y Shahin, y tras las revelaciones del Concilio.

Assata se había enterado de las circunstancias de la muerte de Arn de golpe y por sorpresa con el reto de Sir Alister, y la joven kushita no encajó bien la información. Se sintió traicionada y utilizada, al verse reclutada para una misión tan extremadamente peligrosa mientras se le ocultaba una parte de la verdad. Y había estado a punto de perder a su compañero Shakar dos veces en el Portal de los Lamentos. Assata comunicó a sus compañeros que abandonaba la misión y dejaba el grupo, y ellos no intentaron disuadirla. La búsqueda era demasiado ardua y no podía ser impuesta.

Ealgar, el otro miembro más reciente del grupo, también supo de la muerte de Arn en las mismas circunstancias, y también le supuso un duro golpe. Desde el final del combate entre su caballero y su compañero de armas se refugió en la herrería del que había sido su maestro, Baldwin. Mientras se cobijaba en el familiar trabajo de forja, golpeando el metal al rojo contra el yunque, Ealgar se enfrentó a las dudas que le embargaban. No obstante, cuando amaneció, los Portadores le encontraron en los establos, enjaezando su caballo y a Trueno, el corcel de sir Alister. Pasara lo que pasara, la búsqueda debía seguir siendo lo primero.

Y la pérdida de Assata se vio paliada por el ofrecimiento de dos aventureros que habían decidido unirse a la misión al enterarse de ella tras el Concilio. Uno de ellos era Namat, el efusivo clérigo de Valkar. De todo cuanto estaba ocurriendo en Alasia, aquella misión parecía la más peligrosa y oscura, y la que más gloria acarrearía para el Padre de la Batalla. El Portal de los Lamentos era un antiguo lugar sagrado de la religión valoreana, y el clérigo sentía la llamada de arrebatárselo a las tinieblas y resacralizarlo. Por otro lado, Ponto, el alegre bardo mediano, se había sentido también fascinado por la historia del Amuleto. Sabía que era una tarea excesivamente peligrosa, pero quería estar allí y verlo todo con sus propios ojos para poder convertirlo en un épico cantar.

Así la compañía, ahora formada por seis miembros, partió a caballo de Nueva Alasia por el Camino del Este, en dirección al sol naciente. Los Portadores cabalgaban de nuevo. Habían decidido recorrer las Tierras Reclamadas en la otra dirección para así explorar el territorio oriental. Quizá así hallaran no solo una manera más rápida de llegar al Portal que dando toda la vuelta por Welkyn, sino también indicios de la aldea maldita de Lhudu, lugar donde supuestamente había sido creado el Amuleto y único lugar donde podría ser destruido, una vez reunidas todas sus piezas. El viejo y tosco mapa encontrado en el Santuario de los Kishadi describía someramente esas tierras, dibujando bosques y el curso de un río que sin duda debía ser el Aguasdulces. También contenía crípticas notas y advertencias. “¡Cuidado con el viejo del bosque!, decía junto a una flecha que señalaba a un bosquecillo. “Extraña música anoche”, decía otro garabato en un rincón. “Aquí yace Argonus”, se leía junto a una X en medio de la nada. Aunque su prioridad era encontrar la Gema Oscura, valía la pena investigar todo aquello de camino hacia el Portal. El día transcurrió sin incidentes, y el camino les dejó en el pueblo de Cuatro Vientos justo antes de anochecer. Hicieron noche allí, uno más de los variopintos grupos y comitivas que partían de Nueva Alasia tras la conclusión del Torneo.

Cosecha 30

Tras una segundo jornada empleado en cabalgar hasta Campo de Aeron, los Portadores dedicaron el tercer día de su viaje en hacer pesquisas en la pequeña aldea y en explorar las colinas al este de la misma. Campo de Aeron era la más oriental de las Siete Aldeas, prácticamente en la frontera con Pal Sarath, la tierra de los jinetes, y estaban acostumbrados a la ida y venida de los Sarathan. De hecho, un grupo de ellos habían estado allí recientemente, un raed de 20 hombres liderado por un guerrero llamado Holgrym. Tomando buena nota, los Portadores partieron hacia las colinas, desde cuyas lomas tendrían buena vista del terreno que les rodeaba.

La fina llovizna que imperó durante buena parte del día no obstaculizó sus intentos de otear el territorio. Al este se extendía un inmenso mar de hierba verde, que se mecía suavemente con el viento: los eternos confines de Pal Sarath, puerta a las más exóticas y remotas regiones del continente. Al norte el cielo estaba mucho más oscuro, y al parecer la lluvia allí estaba siendo más intensa. Los relámpagos perfilaban las nubes de cuando en cuando, y el remoto retumbar de los truenos les seguía. Al sur de su posición se divisaba el lindero norte de un bosque. Al principio, los Portadores pensaron que debía tratarse del bosque donde se ocultaba el Portal de los Lamentos, en cuyo caso era mucho más grande de lo que habían creído. Pero tras comparar lo que estaban viendo con el viejo mapa, vieron que cabía la posibilidad de que fuera una arboleda distinta que aparecía dibujada más al norte, junto a la advertencia sobre “el viejo del bosque”.

Escudo 1

Con la llegada del mes del Escudo, el otoño ya se hacía sentir con todas sus fuerzas. Las hojas de algunos árboles empezaban a cambiar de color desde el verde a los tonos rojos y amarillos, y aunque la llovizna había desaparecido, el cielo gris y el frescor otoñal acompañaron a los Portadores durante todo el día. Si la temperatura de aquel día era una indicación, el invierno que se acercaba sería duro. Los Portadores resiguieron las lindes del bosque avistado, en dirección suroeste, sin entrar en él. Tras rodearlo por un tiempo sin entrar en él, comprobaron que efectivamente, podría tratarse de un bosque distinto, ya que su lindero tuerce hacia el este como si fuera a cerrarse sobre sí mismo. Acamparon en sus inmediaciones para pasar la noche, y se repartieron las guardias de la manera habitual. Durante su turno de vigilancia, a altas horas de la madrugada, a Shahin le pareció escuchar algo por encima de los grillos y del crepitar del fuego, casi inaudible por los sonidos del bosque. Era música, muy tenue y lejana, un canto grave y melodioso transportado por el aire nocturno desde quien sabía qué lejano lugar. Poniéndose en pie para escuchar mejor, el sûlita se percató de algo que no había visto antes: la piedra que había estado usando de respaldo durante su guardia parecía ser en realidad la raíz de un antiguo menhir truncado, con prácticamente todo su cuerpo desaparecido. En ella había grabados tres antiguos símbolos indescifrables, tan desgastados y erosionados que apenas se percibían. A pesar de todos sus conocimientos arcanos e historiogràficos, Shahin fue incapaz de interpretar su significado.

Escudo 2

Por la mañana siguiente, después de que Shahin informara al resto del grupo de su hallazgo, Namat rezó a Valkar para que le permitiera descifrar los símbolos del menhir. El dios le concedió tal favor, y el poder de la divinidad le reveló el significado de cada uno de los petroglifos. Lugar sagrado. Poder de la Madre. La Orden custodia. Namat dijo le dijo entonces a Shahin que no era de extrañar que no hubiera podido descifrar los símbolos: probablemente se tratara de la escritura secreta de los druidas. Aquello sin duda marcaba el bosque como un lugar sagrado para la Vieja Fe, donde el poder de la Madre Tierra sería más fuerte y bajo la custodia de la Orden Druidica… al menos cuando aquello fue inscrito en la piedra. El clérigo sabía que a su anterior compañero, Gaul, le habría encantado descubrir aquello. ¿Quizá el  aviso sobre el “viejo del bosque” hacía referencia al druida que había guardado aquel lugar?

Sólo había una manera de saberlo. Decidiendo demorar su misión por unas horas, los Portadores desmontaron y se adentraron en la arboleda para explorar su límite occidental. El bosque estaba tranquilo y resultaba extrañamente pacífico y silencioso, como si estuviera conteniendo el aliento. La compañía no encontró ni rastro de presencia druidica en la zona, aunque en todo momento sintieron que aquel bosque, aunque estaba en estado totalmente salvaje, parecía de alguna manera cuidado y atendido. Sin embargo, explorarlo por completo les llevaría días, un tiempo del que no disponían, los Portadores decidieron no desviarse más tiempo de su misión y proseguir hacia el Portal de los Lamentos. Antes de marcharse, Namat tomó un pergamino y redactó una misiva para los posibles druidas del lugar, explicando quienes eran y porqué se habían adentrado en su lugar sagrado, y la arrojó al interior del bosque atada a una piedra.

Tras pasar el resto del día cruzando la campiña y dejando la arboleda atrás, los Portadores llegan a un alto del terreno al acabar el día, y desde allí avistan una cinta plateada que recorre los verdes prados a lo lejos, surgiendo al parecer de la nada en una pequeña arboleda. Parecía el nacimiento de un curso de agua que se extendía hacia el suroeste, y llegaron a la única conclusión posible. Habían descubierto las fuentes del Aguasverdes.

Escudo 3

Tras acampar sin incidentes, la compañía decidió encaminarse hacia el nacimiento del río. Si seguían su cauce, tarde o temprano llegarían al vado que ya conocían, y podrían seguir por territorio familiar hasta el Portal de los Lamentos. Las fuentes del Aguasverdes resultaron un lugar bucólico. Junto a una arboleda de forma más o menos circular, no tocada por la mano del otoño, se alzaba una roca de la que brotaba un copioso manantial. El agua formaba un profundo estanque a los pies de la roca, que se desbordaba en diminutas cascadas para formar el nacimiento del río. Los restos de un viejo arco de piedra blanca se alzaban junto al manantial y el bosquecillo, una ruina de estilo sartiano que tanto pudo ser en su día un umbral como el fragmento de un acueducto o lo que quedaba de un edificio o un monumento. Desmontando de sus caballos, Shahin y Ponto se aproximaron al arco de mármol para inspeccionarlo, mientras Sir Alister bebía agua del manantial y empezaba a rellenar su odre.

Entonces Adà sintió la sensación de que estaban siendo observados, y de reojo vio una silueta medio asomada detrás de un árbol, justo en el borde del bosquecillo. Al volverse hacia allí, la figura empezó a hacer amago de retirarse hacia el interior de la arboleda. Adà dejó caer el Cetro de Kishad y abriendo los brazos en gesto de paz, llamó al desconocido, intentando persuadirle de que no suponían una amenaza. Alister y Ealgar llevaron las manos a la empuñadura de sus espadas ante la súbita intervención de la dra’gashi. La figura se detuvo, y Adà siguió hablándole con suavidad, pidiendo que saliera a la luz para poder conversar. Entonces el desconocido avanzó hacia el exterior del bosque, y salió a plena vista. No era un ser humano. Era un hombre extremadamente atractivo y de rasgos varoniles, de barba y cabello castaño rojizo. Unos cuernos de carnero sobresalían de su frente, sobre sus puntiagudas orejas. Su torso iba cubierto por lo que parecía una finísima cota de malla de un metal plateado, mientras que sus piernas eran como las de un macho cabrío, cubiertas de pelaje rojizo y terminadas en pezuñas. Llevaba un largo cuchillo al cinto.

Esta es mi morada -dijo el enigmático ser-, y vosotros habéis traído el mal a ella. 

Los Portadores se reunieron en torno al hombre salvaje, intentando parlamentar con una cierta cautela, intentando demostrar que no eran enemigos. Tras presentarse, el ser hizo lo mismo.

Mi nombre es Paenadron -contestó el sátiro, sin dejar de mirar a Adà-. Yo custodio este lugar. Yo soy este lugar.

¿Cuanto tiempo llevas aquí? -quiso saber Shahin.

¿Cuanto tiempo lleva aquí el río? -dijo el fauno por toda respuesta. Parecía fascinado por Adavia, y aun cuando respondía a otros era obvio que no podía dejar de admirarla.

Deduciendo que se trataba de un ser féerico, el magus le preguntó a cual de las dos cortes servía, pero de nuevo el hombre-animal respondió con una pregunta:

¿Qué corte está de mi parte? La Corte de Invierno no alberga más que frío, oscuridad y muerte. Y la Corte de Verano… nunca he entendido su fascinación por los mortales. -Y entonces volvió a clavar sus ojos en Adà-. Hasta ahora.

Sir Alister entonces aprovechó para preguntarle por el Príncipe Carniog y la Torque Negra.

Carniog… Hace mucho, mucho tiempo que no escuchaba ese nombre. Pero algo sí sé. Si Carniog ha regresado, también lo ha hecho la Torque. Y no se detendrá ante nada para volver a poseerla. Temblad, mortales, si alguna vez llega a hacerlo. 

Entonces Paenadron clavó sus ojos verdes en los de Adà, y le tomó la mano con suavidad.

Esta conversación sería más agradable si la mantuvieramos en la intimidad, bella dama. Acompáñame, Adavia. Paseemos por el interior de mi arboleda. Tendremos tiempo de hablar y de conocer los secretos de uno y otro. Ven conmigo. 

Adà se volvió hacia sus compañeros. Nadie dijo nada, pero por la expresión en sus rostros veía que todos estaban diciéndole en silencio que no lo hiciera. Sir Alister parecía a punto de dar un paso adelante para impedirlo. Pero la enoquiana sentía una gran curiosidad, y quizá algo más. Sabía el peligro al que se exponía, pero no podía dejar pasar la oportunidad.

Acepto con mucho gusto, Paenadron. Enséñame tu hogar. 

Y tras una última mirada a sus camaradas, se perdió de la mano del sátiro en la arboleda. En el interior, realmente parecía que el otoño no hubiera llegado aún. Los árboles estaban verdes y frondosos, y todo parecía bañarlo una luz dorada rojiza, como la de los últimos rayos del sol poniente a finales de verano. Mientras paseaban bajo aquella luz crepuscular, Adà y Paenadron empezaron a conversar. A no mucho tardar, el sátiro le propuso un juego a su acompañante humana.

Un juego de preguntas y respuestas, muy sencillo y sin trucos. Eres libre de preguntarme cualquier cosa que desees, y yo responderé con toda sinceridad. Pero a cambio, yo tendré derecho a preguntarte lo que quiera, y tu deberás responder de la misma manera. 

A Adà le vino a la mente el desafío del Caballero del Espino, y las extrañas reglas de juego bajo las que parecían operar los seres de las cortes faéricas, pero era una oportunidad insuperable para obtener información imposible de obtener de cualquier otra manera.

Acepto -respondió.

Y mientras se adentraban más en el bosque, el juego se convirtió en un intercambio, en el que Adà le extraía información a su interlocutor mientras las seductoras intenciones del apuesto fauno se hacían cada vez más evidentes. Ya habían andado lo suficiente como para cruzar la arboleda cinco veces cuando, después de responder a la última pregunta de Adà, y tras una serie de preguntas cada vez más atrevidas por su parte, por fin Paenadron la acercó a su cuerpo y le lanzó su última pregunta:

¿Adavia, quieres conocer el placer en mis brazos?

Adà respondió con sinceridad, como las normas del juego le impelían a hacer, y el placer duró tres dulces, tórridos y apasionados días con sus noches, aunque tales conceptos humanos no tuvieran cabida en aquel lugar encantado.

Mientras, en el exterior, el resto de Portadores aguardaban impacientes la salida de su compañera. Habían recorrido el perímetro exterior de la arboleda para hacerse una idea de sus dimensiones, y no podían tardarse más de cinco minutos en cruzarla aún a ritmo de paseo. Cuando Adavia salió de entre los árboles, sola e indemne, sin señal de haber sufrido daño alguno, todos respiraron aliviados.

Lamento la tardanza -dijo la joven, sin entrar en más detalles-, pero ha valido la pena. 

Los Portadores se miraron entre sí, confusos por el comentario. Adavia no había estado en el interior del bosque ni un cuarto de hora.

7 comentarios en “Crónicas de Alasia, Libro 2: (XVII) Los Portadores Cabalgan de Nuevo”

  1. Buff, menos mal que en este caso el tiempo funcionaba de forma acelerada en el «otro lado», porque cuando es al revés… igual tres días se podrían haber convertido en muchos meses. Una duda ¿esto lo tenías así prefijado como parte del encuentro o lo determinas aletoriamente? Es decir, ¿existe la posibilidad de meterte en un sitio así y tardar meses en recuperar al personaje?
    Estoy deseando saber qué secretos le contó el ser feérico a Áda…
    Y por cierto, que algo me dice que dentro de algunas semanas Áda tendrá una inesperada sorpresa… 😀

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    1. En este caso, estaba prefijado. En ese «regio féerico», el tiempo en el interior se dilata, con lo que si estás a buenas con su guardián, puede ser un buen refugio para descansar rápidamente, entre otras cosas. Además, estaba especificado que el sátiro apenas se deja ver por extraños, pero las féminas con un Carisma elevado tienen más posibilidades de incitarle a salir…

      Sobre las sorpresas inesperadas, bueno… los sátiros eran un símbolo de la fertilidad, ¿no?

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      1. En ese sentido… no, no creo que sea nada inesperado. Lo que igual es inesperado es qué pueda salir de esa mezcla.
        Y es muy chulo ese sitio como refugio, y tal vez para pasar largos tiempos de convalecencia… como puede ser el caso de Áda de aquí a unos meses…

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