Crónicas de Alasia, Libro 2: (XI) Espadas Curvas a la Luz de la Luna

Cosecha 25

El Caballero del Espino se dirigió directamente a los Campos de Dorvannen; había llegado a la ciudad justo a tiempo para participar en las justas que iban a empezar aquella misma tarde. No dirigió una palabra a nadie, y el revuelo causado por la llegada del misterioso caballero no tardó en disiparse en cuanto se anunció el comienzo de los combates de cuarto de final. Los ocho combatientes que permanecían en juego se reunieron junto a las lonas, dispuestos a batirse el cobre por segunda vez en un mismo día.

El primer combate enfrentó a Balkan y a Able Konrad, y fue tan breve como se preveía. Aunque Konrad logró esquivar el primer embate del enorme guerrero, era como ver a un niño intentando sobrevivir a las embestidas de un toro furioso. Tras la segunda carga fallida de Balkan, Konrad logró saltarle encima, pegándose a su espalda como una lapa mientras se agarraba a su rostro, intentando desesperadamente cualquier cosa con tal de sorprender a su oponente. Un brusco movimiento de hombro de Balkan le hizo volar por encima suyo, y cuando Konrad se estrelló fuertemente contra el suelo, logró a duras penas interponer su espada entre sí y el espadón de Balkan. El filo de Konrad saltó hecho añicos, y aún en el suelo, el joven luchador levantó las manos en gesto de rendición.

Shelaiin se enfrentó a Alaea de Themis-Kar, en un duelo que suscitó gran interés entre el público. Dos mujeres habían llegado más lejos en el torneo que la gran mayoría de los hombres que se habían inscrito, y más que cualquiera de los caballeros de Nueva Alasia. Mientras vendaban sus armas respectivas, ambas se miraron apreciativamente. En la mirada de la amazona se veía la determinación más pura, alimentada por la indignación de ver los roles a los que las mujeres eran habitualmente relegadas fuera de su isla natal. En Shelaiin, como en Thaena antes, veía a un espíritu afín. Cuando la elfa le preguntó qué la había llevado hasta allí, Alaea respondió tan sólo que cumplía la voluntad de Themis-Kar, y que servía a su reina. No hubo tiempo para más conversación, y el duelo empezó al sonar el cuerno. Shelaiin sabía que tenía que luchar inteligentemente para contrarrestar el alcance y los ágiles saltos de Alaea. Se dedicó a presionarla sin descanso, intentando encajonarla y acorralarla contra una esquina para minimizar sus posibilidades de evasión. La táctica funcionó a medias: la amazona esperaba que haría eso, y lo contrarrestaba como podía, pero la táctica de Shelaiin le cerraba demasiadas opciones. Además, parecía la primera vez que la rubia luchadora se enfrentaba a la esgrima élfica, y los movimientos fluidos y encadenados de Shelaiin superaron sus defensas una y otra vez, hasta que la amazona cayó de rodillas al límite de sus fuerzas, y levantó la mano en concesión.

Liotan tenía el mismo problema con Kuda: superar el alcance de un arma de asta. Y en su caso era peor, ya que luchaba desarmado. Sin embargo, y a pesar de que el kushita era uno de los guerreros más veteranos del torneo, no logró que esa ventaja frenara al monje. El teabriano era un maestro del combate defensivo. Debilitó a su oponente con uno de sus quirúrgicos ataques iniciales a los nexos nerviosos del cuerpo, para luego adoptar la postura de la grulla e ir desgastando poco a poco a su rival mientras se volvía casi intocable. Finalmente, tras un largo intercambio, Kuda arrojó su arma al suelo en frustración para no prolongar más tiempo lo inevitable.

Tras semejante despliegue de agilidad y gracia serena, el combate entre los dos Escudos de Piedra fue un cambio absoluto. Lomborth y Tobruk lucharon al más puro estilo enano, chocando escudos, espadas y picos de manera incansable, sin dar cuartel ni pedirlo. Lomborth presentó buena batalla, pero era un sacerdote, no un guerrero, y ni su enorme dureza pudo hacerle resistir la furia de batalla de su rubio camarada.

Tras tantas rondas de combates, sólo cuatro guerreros permanecían en liza, y se enfrentarían al día siguiente hasta que sólo uno se hiciera con el título de campeón. Shelaiin se vería las caras con Balkan el Fuerte, y  Tobruk con Liotan de los Cinco Picos. Si ambos ganaban, especulaba la multitud, la gran final se disputaría entre una elfa y un enano. Pero antes de llegar a eso, todavía tenían que superar sus combates más duros.

Y por la tarde empezó el evento que la muchedumbre esperaba con más ganas, el plato fuerte del Torneo de Rocablanca que había atraído a nobles, caballeros y jinetes de todas las tierras de alrededor: las justas. Aquel día los vencedores de las justas se dictaminaban por puntuación. Los dos caballeros que obtuvieran la mayor puntuación durante los pases del día tendrían el honor, al día siguiente, de retar a los dos campeones elegidos por el Barón Stephan para defender el honor de la ciudad, Sir Matthew Corven y Sir Lothar de la Runa. Los combates cuerpo a cuerpo eran emocionantes, pero para el público, la visión de caballeros en sus pesadas armaduras cargando entre sí a velocidades de vértigo y chocando con toda la fuerza de un caballo al galope era un espectáculo difícil de superar.

[Para jugar las justas y darles un componente táctico, utilicé un sistema de reglas que diseñé ex profeso para ello, y que apareció publicado en el fanzine Vieja Escuela #2 y también en esta entrada. Los caballeros tienen diferentes maniobras que pueden intentar durante cada lance]

Numerosos fueron los caballeros que se presentaron en las lizas dispuestos a labrarse un nombre o acrecentar su gloria. Muchos de ellos salían de entre las filas más jóvenes de los Caballeros Protectores, y otros habían llegado de lejos. Algunos ni tan siquiera eran caballeros, ya que de modo excepcional, el Barón había permitido que cualquiera en posesión de un caballo y una armadura lo bastante pesada pudiera medirse en las lizas. Holgrym de Pal Sarath estaba allí, dispuesto a probar suerte aunque las justas caballerescas eran algo que su gente no practicaba. También estaba Hederag, el jinete kanthiano, altivo sobre su corcel. Odalric de Orm y lady Alida Crawford, la joven heredera de Crawford Manor. Y por supuesto, estaba el Caballero del Espino, silencioso en su extraña armadura verde. Una sola ausencia llamaba la atención: la de Sir Faegyn Cynwydd, el Caballero Escarlata.

Sir Alister también había esperado ese momento. Con cada nuevo lance y choque de lanzas y escudos, alguno de los jinetes era desmontado, o alguna lanza se partía, provocando el clamor del público tanto entre los que observaban de pie como entre las personalidades de los palcos. En su primera justa, Sir Alister se vio al otro lado del campo frente a un joven caballero fervoroso. Cuando ambos arrancaron al galope, Alister se agazapó sobre el caballo, mientras su rival se estiraba hacia delante en un intento de impactar primero a su rival. La lanza del joven se desvió contra el escudo del gigantón, pero éste le impactó de llenó y le hizo volar de la silla, dando con sus huesos en el suelo. Los dos siguientes pases entre ellos terminaron de manera similar, con Sir Alister obteniendo una buena puntuación al desmontar repetidamente a su primer rival. Tras tanto arrastrarse por mazmorras y combatiendo a pie en lugares lóbregos y oscuros, ahora, a lomos de Trueno y en el campo de torneos, Sir Alister estaba por fin en su elemento.

Los lances se sucedieron uno tras otro. Hederag derrotó sin problemas a Alida Crawford, a quien casi doblaba en estatura y peso, pero aún así la joven aristócrata demostró que había sido bien entrenada, y apuntaba buenas maneras para las artes bélicas. Holgrym era de lejos el mejor jinete, pero carecía del entrenamiento necesario para las embestidas frontales de una justa, y aunque hizo buen papel, acabó siendo vencido por el Caballero del Espino. Sir Alister convirtió su lanza en astillas contra el escudo de Hederag de Kanth, haciéndolo volar un par de metros hacia atrás al descabalgarlo. Cuando acabó la tarde, tras un alarde de maestría, dos caballeros habían empatado logrando las mayores puntuaciones posibles: El Caballero del Espino, y Sir Alister Norff.

Tras un día tan intenso, la siguiente jornada se auguraba culminante. Los luchadores cuerpo a cuerpo decidirían quien era el mejor guerrero de las Tierras Reclamadas, y los dos caballeros vencedores se enfrentarían a los campeones de Nueva Alasia en las lizas. Pero antes de que saliera el sol, alguien aún tenía muchas cosas que hacer.  De nuevo Grugnir el enano salió a recorrer la ciudad bajo la luz de la luna, empeñado en su búsqueda del Callejón de la Bota. Ante la negativa a sus peticiones de subir a la torre más alta del castillo, decidió emular a los gatos y recorrer los tejados siguiendo los rumores que había escuchado, para comprobar si la altura le revelaba algo que le hubiera pasado desapercibido a ras de suelo.

En esas estaba cuando vio algo en la distancia. No era el único «gato» que merodeaba sigilosamente por los techos y azoteas. Una silueta oscura avanzaba a hurtadillas tres tejados más adelante. Ese alguien iba embozado y envuelto en una capa negra, y apenas era visible en la oscuridad: de no ser por su vista de enano, adaptada a las profundidades cavernosas, jamás le hubiera detectado. El desconocido avanzaba siguiendo el borde de los tejados, con la vista fija en las calles más abajo, y Grugnir supo al instante que estaba siguiendo a alguien. Tras unos instantes de duda, el enano decidió hacer lo propio, y empezó a acechar al acechador. Quizá le llevaría hasta el Callejón, o quizá había intenciones más aviesas tras sus movimientos.

El enano se afanó para seguir los pasos del desconocido sin ser visto, con una curiosidad creciente, hasta que llegó un momento en que la silueta desapareció de la vista al doblar la esquina formada por dos aguas de un tejado. Sabiendo que el tiempo era crucial para no perderle en la noche, Grugnir siguió sus pasos. Entonces dos filos curvos centellearon bajo la luz de la luna rápidos como el rayo, y el enano sintió un dolor lacerante en el pecho. Una de las cimitarras no había logrado atravesar el cuero duro que le protegía, pero la otra le había dejado un corte en diagonal que escocía como los siete infiernos.

Ante sí tenía a un humano envuelto en ropas oscuras de arriba a abajo, con el rostro embozado por completo. Tan solo podía ver un par de ojos oscuros, clavados en él con una intensidad casi inhumana. Las dos cimitarras no se habían detenido tras el primer corte, y oscilaron de nuevo como rayos de plata antes de que Grugnir se recuperara de la sorpresa. De nuevo, los filos dejaron surcos rojos en su cuerpo, y el enano se sintió tambalear contra su voluntad. Le temblaban las manos y sentía que el cuerpo le pesaba como si fuera de plomo. Era veneno, potente y de actuación rápida. El maldito bastardo le había envenenado. Solo había una cosa que podía hacer.

Dando un paso atrás, y simulando estar herido de muerte, Grungir fingió caer a la calle. En el aire dio una voltereta para rodar con el impacto, y buscó el cobijo de los alerones de las casas para permanecer fuera de la vista. Entonces, tan rápido como se lo permitía la debilidad que se iba adueñando de él por momentos, empezó a retirarse hacia el Hacha y el Suspiro. Pero las piernas le fallaban, y se sentía desfallecer por momentos. Entonces una figura salió de las sombras, y le agarró para evitar que cayera al suelo.

¡Grugnir!

Era Jack Morden. El enano apenas tenía fuerzas para hablar.

Veneno… Rashid…

El proscrito cogió a su amigo enano por debajo del hombro y le ayudó a andar, y juntos se encaminaron hacia la posada. Tras un par de calles, Grugnir hizo acopio de fuerzas y se soltó.

¡Vete! ¡Te estás arriesgando! ¡Puedo llegar solo! ¡Lárgate ya!

El arquero frunció el ceño y apretó los dientes, odiando la idea, pero el enano no le dio opción. Morden asintió levemente.

Tengo la sospecha de que esas hojas envenenadas iban dirigida a mí, amigo. Es la segunda vez que os debo la vida. 

Y desapareció reticente en la noche.

Cuando las puertas del Hacha y el Suspiro se abrieron de golpe, a altas horas de la madrugada, el único ocupante del salón, Gorstan, vio como Grugnir, sangrando y con la tez de un pálido verdoso, entraba dando tumbos.

¡Papel… y pluma! -gritó el enano.

Aturdido, el posadero cogió a Grugnir y le sentó en una silla, dándole lo que pedía. El enano garabateó furiosamente, se acercó al tablón de anuncios tambaleándose, y clavó el mensaje con su daga.

Se busca a Rashid de Belayne, vivo o muerto, por farsante, envenenador y asesino. Recompensa: 400 águilas de oro. Firmado: Los Escudos de Piedra.

Y acto seguido cayó al suelo como una losa, y se lo tragó la oscuridad.

 

4 comentarios en “Crónicas de Alasia, Libro 2: (XI) Espadas Curvas a la Luz de la Luna”

  1. Puedes concluir que algo va muy mal cuando un enano entra en la posada y pide «papel y pluma» en lugar de «cerveza y comida».

    En cualquier caso, ¿»farsante»? ¿»Envenenador»? ¿»Asesino»? ¡Qué acusaciones más injustas y precipitadas! PRESUNTO envenenador, ya veremos qué dice el CSI Grissom sobre las pruebas. Y, asesino, ¡si todavía no ha muerto! ¿No nos estamos precipitando un poco?

    Lo que ocurre es que Rashid (si es que era Rashid, señor juez) se dio cuenta de que Grugnir lucía una barba excesivamente larga y desaliñada. En su bondad natural, trato de recortársela y, por desgracia, le hizo unos cortecillos de nada. Algo que cualquier enano decente aguanta sin rechistar, que nos estamos amariconando.

    Todo lo más, se le podría acusar de ser un mal barbero, aunque no es menos cierto que el enano no ayudó, al no parar de dar saltitos por todo el tejado. ¡Seguro que andaba borracho!

    Señoría, mi cliente sólo trataba de afeitar gratis a Grugnir, pero ese enano borracho, desaseado y saltimbanqui se provocó unos cortes innecesarios.

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    1. Pues, mira, creo que Orthanc está de oferta, precisamente. Me dicen que Saruman se mudó a la Comarca, y parece que para quedarse. Por lo visto, le consiguieron un terrenito allí. Más pequeño que el que tenía en el sur, pero ya sabes lo acogedores que son los agujeros hobbits…

      Aún así, dicen las malas lenguas (de serpiente) que el tío se quejó de que le dieron una buena clavada. Y, es que hay gente que nunca está contenta.

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    2. De lejos, los Escudos son los que más oro han ganado en sus correrías por Alasia. ¡Enanos tenían que ser! No sólo se han dedicado a cobrar recompensas por fugitivos, sino que se han dedicado a explorar lugares de aventura ricos en tesoro y px (también conocidos como dungeons)…

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