Crónicas de Alasia (XLV): Vorlak el Mestizo

LOS ESCUDOS DE PIEDRA

  • Lomborth, enano de las montañas discípulo de Dumathoin
  • Tobruk, enano ex-esclavo convertido en furioso luchador
  • Grugnir, enano bribón y astuto poco amigo de los compromisos

Halcón 17

Cuando al día siguiente los Escudos de Piedra salieron del Hacha y el Suspiro, se encontraron con que el destacamento que el sargento Cordell les había prometido ya les estaba esperando. Era un grupo de cuatro miembros de la guardia de la ciudad. Lo formaban Torlen, el veterano soldado al mando; Boel, un aquiliano ancho de hombros, nariz rota y cara de pocos amigos; Lena, una mujer pragmática y reservada; y Will Kemp, el joven recluta al que Tobruk había conocido el día anterior en las murallas de la ciudad. El muchacho saludó entusiasmado al guerrero enano. Se había presentado voluntario al conocer los pormenores de la misión, y ardía en deseos de salir de Nueva Alasia en misión oficial. Así, los Escudos de Piedra se pusieron de nuevo en marcha, con la intención de guiar a las fuerzas locales del orden a la guarida abandonada de Vorlak el Mestizo.

[El destacamento de la guardia es lo más cercano a llevar henchmen o seguidores que se ha dado por el momento en la campaña, y la verdad es que la presencia de los cuatro guardias dio mucho juego durante la sesión.]

Llegaron a la cueva en el Bosque del Sauce sin mucho problema. Por el camino, los enanos se pudieron hacer una mejor idea del carácter de cada uno de sus nuevos compañeros. El veterano, Torlen, estaba de vuelta de todo, y aunque no tenía rango, los demás le obedecían sin dudar. Había afabilidad detrás de su fachada de sargento de instrucción, y claramente se preocupaba por el bienestar de los hombres que tenía a su cargo. Estaba a punto de licenciarse, y contaba los días que le quedaban para retirarse tranquilamente junto a su mujer y sus hijas. Boel no se mostró nada amistoso con los enanos, probablemente debido a su origen aquiliano. Su adusto reino natal era aislacionista y opresivamente religioso, con una iglesia que rechazaba la existencia de todos los dioses salvo Arathar el Celestial, y que miraba con hostilidad y desprecio a los magos, hechiceros y a los pueblos no humanos de Valorea. El fornido guardia se limitó a no dirigir la palabra a los enanos y a cumplir con su deber de manera hosca y taciturna. Lena también era reservada, pero en la guardia de mediana edad no había hostilidad ni desprecio. Era una mujer no muy alta, de nariz aguileña y rostro vulgar, y parecía poseer un carácter práctico sobre todo: no le gustaban las tonterías ni perder el tiempo, ni aquellos que no se tomaban su trabajo en serio. En contrapartida, Will era locuaz, extrovertido y siempre optimista, demostrando sus ganas de ver mundo y su ansia de aventuras a cada paso que daban. Le contó a Tobruk que su madre se había preocupado cuando le contó que partía voluntario en una cacería de bandidos, y su ánimo no se apagó ni cuando el enano le respondió que sólo iban a indicarles la posición de una guarida abandonada y nada más.

El escondrijo estaba tal como lo habían dejado, vacío y abandonado. Torlen, informado de la habilidad rastreadora de Lomborth, le preguntó al enano si podría hacerse una idea del número de ocupantes que había tenido la guarida a partir de las huellas dejadas. Aquello escapaba incluso a las habilidades de Lomborth, y así lo comunicó, pero durante su inspección de la zona se dio cuenta de que el rastro de salida era aún detectable, y que le sería posible seguirlo. Echando la vista al cielo, el perspicaz enano dijo que se avecinaba mal tiempo para los próximos días. Si querían tener una oportunidad de saber hacia donde había escapado la banda de Vorlak, tenía que ser entonces.

Los Escudos volvieron sus miradas hacia los cuatro guardias. No tenían la obligación de acompañarles, pues su misión ya la habían cumplido, pero su ayuda podía equilibrar la balanza en un posible enfrentamiento con Vorlak. Los enanos lo tenían decidido: seguirían el rastro hasta las últimas consecuencias, les ayudaran o no. Como oficial al mando, le correspondía a Torlen tomar una decisión, y sabía que ahora tenían la oportunidad de poner fin a una de las peores lacras para el comercio y el avance de la colonización en las Tierras Reclamadas. Los otros tres se mostraron de acuerdo, tácitamente en el caso de Lena y Boel, y exuberantemente en el caso de Will, así que el viejo veterano asintió con la cabeza. La guardia se sumaba a la cacería de Vorlak.

Los tres días siguientes confirmaron los presagios de Lomborth acerca del clima, y se convirtieron en una pesadilla de lluvia y viento que no solo llevaron hasta el límite las capacidades de Lomborth para seguir un rastro, sino que puso a prueba la legendaria testarudez del pueblo enano. Siguiendo contra viento y marea indicios casi inexistentes, los Escudos de Piedra y sus compañeros humanos avanzaron hacia el sur en una línea prácticamente recta, cruzando campos y páramos embarrados. Lomborth seguía las sutiles pistas que Dumathoin le revelaba, y que por fortuna un grupo tan numeroso dejaba tras de sí incluso en aquellas nefastas condiciones. En varias ocasiones perdió el rastro, lo que les costaba horas de peinar el terreno bajo la lluvia constante. No podían permitirse parar, pues cada segundo hacía que las huellas fueran más difíciles de seguir.

Finalmente el rastro se desvaneció del todo, borrado por completo por la inclemencias del tiempo. A lo lejos, en línea recta, se divisaba un pequeño grupo de colinas en medio de la nada, y el rastro apuntaba directo hacia ellas. Los bandidos no parecían haber empleado ningún tipo de subterfugio para ocultar su rastro, aparentemente confiados de que nadie podría seguirles. Las lluvias amainaron al atardecer del tercer día, y para entonces, sólo quedaba una dirección que investigar. La compañía se preparó para acampar, secarse las ropas y recuperar las fuerzas. Por la mañana asaltarían las colinas.

Halcón 21

La noche al pie de las colinas les deparó una sorpresa desagradable. Sin darse cuenta, habían acampado al lado de la guarida de un tejón terrible, y la territorial bestia no se tomó demasiado bien la intrusión. Con el tamaño de un pony y dotado de monstruosas garras capaces de horadar roca sólida, el depredador irrumpió en el campamento mientras Grugnir estaba de guardia, y se abalanzó sobre el enano con violenta fiereza, hiriéndole de gravedad mientras el resto se levantaban y se aprestaban para hacer frente al animal. Los intentos de Lomborth por aplacar al tejón fueron en vano. La agresividad de la bestia solo hizo que aumentar en cuanto Tobruk la hirió, tornándose en un furioso torbellino de garras y fauces espumeantes. El rubio enano, a pesar del peligro en el que se encontraban, sintió un súbito respeto por la criatura: rodeada y herida, su rabia la impulsaba a seguir luchando a muerte con una tenacidad increíble. No eran tan distintos en la mente de Tobruk. A Lomborth tampoco le gustó tener que acabar con el animal; como seres excavadores, los tejones eran animales favorecidos por Dumathoin. El discípulo del dios tomó en sus manos el deber de rematar a la bestia cuando sus heridas fueron tan graves que la rabia era lo único que la mantenía con vida.  La experiencia dejó un mal sabor de boca en los tres enanos. ¿Acaso aquello había sido un aviso de Dumathoin? Fuera como fuere, no era el mejor de los presagios.

Con la salida del sol, y las heridas de Grugnir sanadas por la magia de Lomborth, la compañía emprendió la tarea de explorar las colinas, esta vez tomando todas las precauciones posibles para intentar detectar a posibles vigías o centinelas ocultos. Esas medidas resultaron ser innecesarias. Encontraron la entrada a la cueva donde los bandidos se habían refugiado sin demasiada dificultad. Sintiéndose a salvo en ese apartado lugar, no habían apostado guardias en el exterior y, tras dejar a sus compañeros humanos apostados frente a la cueva, los Escudos de Piedra aprovecharon esa oportunidad para explorar el entorno a conciencia antes de emprender cualquier acción ofensiva. E hicieron bien, pues aquello les permitió encontrar algo muy interesante. Tras trepar hasta el punto más alto de la colina en la que se hallaba la cueva, Grugnir descubrió una oquedad natural entre rocas. Sigiloso como un gato, trepó hasta ella con precaución. El astuto enano, poniéndose en la piel de un bandido escondido en aquellas colinas, dedujo que aquello podía ser un perfecto observatorio desde donde otear las tierras circundantes… un puesto de vigía. Si estaba en lo cierto, pero, los bandidos habían sido tan descuidados como en la entrada principal, y el puesto estaba desocupado. Con la aprobación de sus camaradas, Grugnir se encogió y se estiró, escurriéndose ágilmente para meterse a través de la estrecha abertura, y comprobó que ésta daba a una especie de chimenea natural que descendía en vertical, con una especie de apoyos para manos y pies toscamente esculpidos en las paredes. Aquello confirmaba su teoría, y en su mente empezó a formarse un plan.

Tras reunirse con los guardias, Grugnir expuso su idea: un asalto en dos frentes. Los humanos, que tendrían serias dificultades para meterse por la abertura en las rocas, entrarían por la boca de la cueva, mientras los tres enanos usarían el puesto de vigía como acceso secundario, descendiendo por el túnel vertical para intentar flanquear a los bandidos en el interior. La señal para el ataque sería el sonido del cuerno de caza que Grugnir se había llevado en su anterior encuentro con los bandidos. Trazado el plan, sólo quedaba ponerlo en práctica. Cada grupo tomó su posición, y los enanos se colaron por la oquedad y descendieron todo lo silenciosamente que pudieron. [Los jugadores inmediatamente empezaron a referirse a este plan como “operación Santa Claus”]. Grugnir se adelantó a explorar, y ver a donde conducía el pozo. Cuando se asomó furtivamente al interior de la cueva, supo que tenían por delante una ardua batalla de la que probablemente no saldrían todos con vida.

Sin duda, era el escondrijo principal de la banda. Una gran cueva se abría en el interior de la colina, y por supuesto, estaba ocupada. Un portón desatrancado cerraba el paso hacia lo que sin duda era la boca de la cueva. A unos treinta pies de esa entrada, los bandidos habían construido una barricada semicircular de piedras, de unos 5 pies de alto, tras la que un hombre de rasgos sureños se encontraba apostado con un arco en las manos pero expresión aburrida y medio adormilada. Junto a la pared sur, un estanque de agua fresca, aparentemente alimentado por corrientes subterráneas, abastecía a los bandidos. Entre varias estalagmitas habían construido toscas paredes de madera que dividían la cámara y que podían proporcionarles cobertura. Una gran hoguera estaba encendida junto a la pared norte, arrojando luz a su alrededor, y al calor de su fuego dormitaba una enorme y sucia hiena. Cerca de la hoguera había varias mesas y sillas donde los bandidos debían comer y jugar a los dados, como estaban h haciendo un par de goblins en esos momentos. En un rincón separado por paredes de la zona sur se hallaban los camastros de los bandidos, donde yacían media docena de ellos, entre humanos, hobgoblins y semiorcos. Al otro lado del “dormitorio”, más al este, crecía, casi a modo de huerto, un gran número de setas y hongos enormes, los mayores de los cuales llegaban hasta el pecho de un enano. Recogiendo algunos de esos hongos se encontraba un gnoll delgado de pelaje blanco y sucio. Era claramente una hembra, y vestía con una túnica negra sobre una camisola de mallas, con la capucha echada sobre la cabeza. Al cuello llevaba un collar hecho de huesos humanos, dedos y dientes sobre todo, y de su cinto colgaba una ristra de pequeñas y grotescas muñecas de arcilla.Varias puertas se abrían en las paredes al fondo de la caverna.

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Mapa de la guarida de Vorlak y sus hombres. Cada cuadrado son 10 pies (3 metros).

Grugnir volvió atrás a informar de la situación a sus dos compañeros. Eran casi una quincena de enemigos lo que les aguardaba, pero tenían la sorpresa de su parte. Si conseguían abatir a unos cuantos rápidamente, la balanza estaría más equilibrada. Los tercos enanos habían logrado llegar hasta allí, y no pensaban dar media vuelta ahora. La hora de las hachas y los escudos había llegado. Haciendo sonar el cuerno, Lomborth y Tobruk irrumpieron en la caverna con sendos gritos de guerra. Al momento, una patada del fornido Boel abrió de par en par el portalón de la entrada principal, y los cuatro guardias, armas en ristre, entraron al asalto.

A pesar del caos y la confusión, los bandidos reaccionaron razonablemente rápido. Los dos trasgos dejaron los dados y saltaron hacia atrás, apartándose del camino de los dos enanos mientras desenfundaban dagas de aspecto cruel, mientras el arquero tras la barricada soltaba una flecha que se clavó en el escudo de Torlen. La carga de los enanos pilló a dos de los bandidos levantándose de los camastros, y el hacha de Tobruk y el pico de Lomborth dieron buena cuenta de ellos. Aun así, dos de ellos lograron llegar hasta la barricada y empezaron a soltar flechas, mientras el resto de hobgoblins y semiorcos intentaban frenar a los enanos y trabarse en combate contra los guardias. Por su parte, la gran hiena cargó contra Boel segundos después de abrir la puerta, y se lanzó a la yugular del aquiliano, que cayó desangrándose por las fieras dentelladas del animal. Lomborth se retiró del del combate para ir a socorrerle con su magia, dejando a Tobruk lidiando con el grupo principal de bandidos, mientras Will, Torlen y Lena intentaban rodear la barricada bajo el amparo de sus escudos para acabar con los arqueros.

Tobruk se sintió igual que el tejón de la noche anterior, rodeado por enemigos, incluidos los dos goblins, que intentaban buscar algún hueco por el que hundir cobardemente sus dagas. El enano se las estaba apañando para combatir contra ellos sin sufrir más que algún pequeño rasguño. Entonces, la bruja gnoll, sin alejarse de los hongos, arrancó una de las figuras de arcilla de su ristra, y con una risa demencial de hiena, clavó los ojos en Tobruk y retorció el cuello de la efigie. Al instante, el enano sintió un dolor tan agudo que casi le dejó aturdido, y sus enemigos lo aprovecharon para atacarle con más saña. Por su parte, Lomborth había conseguido acabar con la hiena y estaba rezando a Dumathoin para que salvara la vida de Boel, que se extinguía rápidamente, y de alguna manera u otra, y sin ser visto, Grugnir había acabado con dos de los bandidos y había regresado a las sombras para desaparecer de nuevo. Torlen y Lena tenían entretenidos a los arqueros, obligándoles a retirarse tras disparar, mientras Will, viendo a su héroe Tobruk en apuros, corría a socorrerle. El mal de ojo de la gnoll estaba debilitando al batallador a ojos vista; su hacha no encontraba carne que morder, y sus capacidades defensivas estaban claramente mermadas también. La frustración crecía en el pecho de Tobruk, alimentando más aún su rabia. Herido por los cuatro costados y sangrando profundamente, Tobruk se mantenía en pie únicamente por la furia de batalla que le embargaba. La batalla estaba siendo cruenta y despiadada, pero aún así los Escudos de Piedra y sus aliados ya habían logrado acabar con buena parte de los bandidos… cuando una de las puertas al fondo de la caverna se abrió con violencia, y Vorlak el Mestizo se sumó a la refriega.

Vorlak era un verdadero gigante entre los hombres. Se trataba de un medio ogro, feo y de rostro primitivo, con una larga melena negra, una piel gruesa y olivácea y un brazo derecho musculoso e hipertrofiado, mucho mayor que el otro. Medía siete pies y medio de altura, y vestía una gran cota de mallas que le caía hasta las rodillas en un faldón, que claramente se acababa de poner. Empuñaba un inmenso espadón de aspecto atroz. Con un rugido, Vorlak el Mestizo cargó al grueso del combate, hacia Tobruk y los guardias, y blandió su mandoble en un amplio arco circular hacia el primer enemigo que encontró en su camino. El escudo de Lena se partió por el golpe sin detener el filo del semiogro, que se hundió en la carne de la mujer y prácticamente la partió en dos.

¡YO SOY VORLAK! -gritó, y volvió su espadón hacia Tobruk, que estaba ya caído de rodillas, más muerto que vivo por las múltiples heridas sufridas en combate por culpa del maleficio de Pielblanca, la bruja gnoll. Entonces, antes de que pudiera rematar al enano, una flecha salida de las sombras se clavó en el costado del gigante. Vorlak se arrancó el astil y se volvió hacia el arquero, Grugnir. Su disparo había salvado a su compañero, pero había delatado su posición, y ahora era él quien se enfrentaba a la ira del Mestizo. Pero en su camino hacia el bribón se encontró con un obstáculo, de nombre Lomborth.

[Huelga decir que en esos instantes, los jugadores estaban sufriendo verdaderamente. Habían visto la tirada de daño que había hecho Vorlak con su ataque a Lena, y sabían que cualquiera de ellos moriría de un solo golpe. Ha habido combates adrenalíticos en la campaña, pero este es uno de los que se lleva la palma. La gran suerte que tuvieron es que, al ser semiogro, Vorlak contaba como un enemigo de clase gigante… y los Escudos, al ser enanos, tenían un +4 a la CA contra sus ataques. ¡Tácticas de guerra enanas al poder!]

Tobruk seguía luchando por levantarse, afectado aún por el mal de ojo, con los sonidos del combate mezclándose en su mente con la visión de un tejón furioso lanzando zarpazos. Estaba gravemente herido, y sabía que en cuanto la ira que ardía en su pecho se convirtiera en ascuas, caería desplomado. Vorlak estaba a punto de mandarles a todos junto al Forjador de Almas. Pero en ese instante de respiro que Grugnir y Lomborth les habían concedido, Will corrió sudoroso a su lado, y mientras Torlen le protegía de las flechas con su escudo, sacó algo de su zurrón.

Mi madre me dio esto el día en que me alisté, señor Tobruk. Me dijo que quizá algún día me salvara la vida. ¡Espero que hoy pueda salvar la de usted! 

Y le puso en las manos un frasco con un líquido espeso y burbujeante. Tobruk lo tomó, y mientras lo abría con sus dedos ensangrentados, le dijo al chico: La… bruja…

Torlen asintió, comprendiendo. Alguien tenía que mantener ocupada a la gnoll. El veterano, acompañado de Will, empezaron a cercarla, intentando cambiar el curso de la batalla, mientras a sus espaldas el enano malherido se bebía el liquido curativo de un solo trago.

Cara a cara contra Vorlak, Lomborth evitó uno de sus ataques usando las ancestrales técnicas de combate enanas, mientras Grugnir, sabiendo que ya no contaba con el factor sorpresa, soltó su arco y desenfundando una corta espada, rodeó a Vorlak intentando flanquearle y apuñalarle por la espalda. A su vez, Lomborth intentó clavar su pico en el gigantesco bandido, pero éste lo apartó a un lado de manera insultantemente fácil, y siguiendo el mismo movimiento, volteó su espadón e hizo añicos el pico de Lomborth.  El único bandido arquero que quedaba logró recuperar una posición de disparo claro, y empezó a soltar una andanada de flechas contra Lomborth, que se estaba retirando a la defensiva para intentar desenfundar otra arma, abrumándole y obligando al discípulo de Dumathoin a guarecerse tras una estalagmita escudo en alto. Vorlak se giró lenta y ominosamente hacia Grugnir, que se había quedado solo y cara a cara contra el gigante. En ese instante, Tobruk se lanzó a la carga con renovado furor, estrellándose contra Vorlak y dispuesto a arrastrarle al infierno consigo. Sus heridas se habían sanado en parte gracias a la poción de Will, y ahora que la bruja gnoll se estaba defendiendo mediante ataques arcanos de los dos guardias, su maleficio había dejado de afectarle tan poderosamente. Sacando una curiosa espada enana de hoja torcida, Lomborth salió de su refugio, enfrentándose a una lluvia de flechas para reincorporarse al combate contra Vorlak. Así, los tres Escudos de Piedra se enfrentaron al Mestizo en un cuerpo a cuerpo atroz donde cada golpe podía ser el último.

Fue entonces cuando comprendieron por primera vez lo bien que combatían juntos, como una unidad. Los golpes de Vorlak, poderosos e iracundos, no lograban acertar en los enanos, entrenados para eludir a criaturas más grandes que ellos. La extraña “cimitarra” de Lomborth, rápida como una víbora, cortó al semiogro en el muslo, y Grugnir aprovechó ese instante de dolor para colocar una certera estocada por un hueco de la malla del bandido. El hacha de Tobruk estuvo a punto de rematarle, pero la mala suerte seguía cebándose con él, pues seguía bajo los efectos del maleficio, aunque este era menos intenso que antes. Ese instante de debilidad estuvo a punto de costarle la vida. Cuando su filo resbaló en la malla de Vorlak sin causarle daños, dejó su defensa abierta el tiempo lo suficiente para que el espadón del bandido descendiera sobre su cabeza.

Pero en ese instante, el arquero, que no se atrevía a disparar al cuerpo a cuerpo por temor a herir a su jefe, decidió que sería más útil socorrer a Pielblanca, y disparó a uno de los guardias que la estaban acosando. La flecha cruzó el aire con un silbido, y se hundió profundamente en la espalda del joven Will. El muchacho cayó abatido, soltando borbotones de sangre por la boca.

Algo se rompió en Tobruk. Con un grito de pura rabia, su hacha cobró vida entre sus manos, apartó de un golpe brutal el espadón que se dirigía a su cabeza, y se hundió hasta el mango en la clavícula del semiogro tras destrozarle media cara. Tobruk cayó al suelo, exhausto y jadeante pero vivo. Arrancando el hacha del cuerpo del agonizante Vorlak, Grugnir se giró hacia la bruja y el arquero con el odio en la mirada, flanqueado por Lomborth, cuyo acero resplandecía a la luz del fuego. Tanto el humano como la gnoll vieron la muerte en sus ojos y se rindieron en el acto, tirándose de rodillas y suplicando clemencia a aquellos enanos que habían hecho lo imposible: derrotar a Vorlak el Mestizo en su propia casa.

[Al acabar el combate, el jugador de Grugnir, que llevaba poco tiempo en la campaña, dijo: “Nunca me había sentido tan épico… ¡siendo aún de nivel uno!” Y la verdad es que tenía motivos para pensarlo. Fue uno de los combates más memorables y duros que he dirigido en los últimos tiempos. Y si habéis ido siguiendo estas crónicas, ya sabréis que en Alasia eso no es poco decir. ¡Fue una sesión apasionante a todos los niveles!]

11 comentarios en “Crónicas de Alasia (XLV): Vorlak el Mestizo”

    1. Vorlak era un morlaco en toda regla… suerte que lograron hacer un poco de limpieza en los asaltos que tardó en pertrecharse para el combate. Y por supuesto, sin la ayuda de «seguidores» nunca lo habrían logrado.

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  1. ¡Un momento! ¿Un sargento duro y veterano llamado Torlen…? ¿No vendrá de Mistridge, no…? 😉

    Menuda ensalada de bofetadas, madre mía. Ese Vorlak parecía un buen mihura, pero… volveríamos al tema de la pegada, ¿no? Y pobres henchmen, han pillado todos…

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    1. Otro homenaje más, evidentemente… He metido un montón de alusiones roleras en la campaña. Me encanta cuando los jugadores (¡o los lectores!) las detectan.

      De los guardias, efectivamente, el único que acabó en pie fue Torlen, alias «I’m too old for this shit». Boel acabó inconsciente pero estable gracias a Lomborth, y Lena estaba más allá de toda ayuda. Y Will en el suelo, sangrando…

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      1. ¡Totalmente aleatorio! De hecho, yo no tenía ni idea de que esos bichos eran sagrados para Dumathoin, lo comentaron los jugadores durante el encuentro XDD

        Tobruk cogió al tejón como inspiración a raíz de ese encuentro, casi como animal totémico… y eso se notará más y más cuando vaya subiendo de nivel.

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      2. Pues sí, y es una de las cosas que más me flipa de jugar en este estilo, cuando las cosas caen de tal manera que encajan a la perfección con la historia que se va generando.

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