Crónicas de Alasia (XXIV): Los Fuegos de Lughnasadh

LOS PORTADORES DEL AMULETO

  • Arn Rooc, justicar de Grymn procedente del reino de Carellia
  • Adà de Montaigne, misteriosa hechicera de siniestros poderes
  • Shahin ibn Shamal, un guerrero-mago del remoto Desierto de Sûl
  • Encinal, aventurero medio-elfo proveniente de la gran ciudad de Stonehold

Llama 27

La Espada del León cayó al suelo con un estrépito metálico, y el cuerpo sin vida de Norben se desplomó tras unos segundos de tambaleo. La cabeza del joven rodó por el sucio mármol, como la cabeza de su dios Gardron había rodado en el otro santuario. Los extraños esqueletos no se detuvieron por el horror de aquella muerte inesperada, y los Portadores se vieron obligados a tragarse las emociones y a seguir defendiéndose para no correr el mismo destino que su desdichado compañero. Arn desplegaba sus poderes divinos con toda la fuerza e intensidad de la que era capaz, y Adà se esforzaba en emplear sus poderes necrománticos para mantener a raya a las criaturas. Y la situación era cada vez más complicada. Encinal seguía inconsciente junto al cadáver de Norben, y Arn se estaba viendo abrumado por los no-muertos. Shahin, que había estado metido también en la refriega, de repente hizo un quiebro y se apartó de sus atacantes. El sûlita salió corriendo y se marchó del santuario, abandonando a su suerte a sus camaradas.

Arn y Adà no tardaron en verse rodeados. Solos contra el incansable enemigo, el clérigo y la hechicera redoblaron sus esfuerzos por sobrevivir. A pesar de intentar mantenerse en una discreta segunda fila, la maldición de la Espiral hacía que los esqueletos se fijaran en ella, y eran demasiados para que Arn los mantuviera a raya a todos. El justicar se defendía con su escudo mientras empuñaba su bastarda con una sola mano, a pesar de no ser el arma más efectiva contra adversarios sin carne ni sangre en el cuerpo. Los engendros no parecían odiarles tanto, pues no demostraron la furia impía que habían demostrado al abatir a Encinal y a Norben, pero seguían siendo más peligrosos de lo que aparentaban, y el clérigo iba rezando a Grymn continuamente para que les devolviera al otro lado del Velo, con un efecto menor del que sus exorcismos solían tener.  Los no-muertos también parecían resistir en gran medida los conjuros de Adà, y aunque había logrado disipar momentáneamente la energía oscura que reanimaba a algunos de ellos, le estaba constando un gran esfuerzo afectarles. Ambos empezaban a estar heridos de gravedad, y sabían que no resistirían mucho tiempo más. Entonces, a Adà le pasó una idea por la mente. No era exactamente suya… era como un susurro, en el interior de su cabeza, en una lengua que no entendía pero cuyo significado comprendía perfectamente. En su mochila llevaba algo que podría ayudarles.  El Amuleto de Kishad podía salvarla a ella y a Arn de seguir a Norben al otro mundo. Sólo tenía que sacarlo, ponérselo, unirlo a la Espiral Torcida…

Entonces el sonido de unos cascos golpeando contra el mármol resonó por el santuario, y Adà retiró la mano de la mochila, devuelta a la realidad de repente.. Shahin había regresado, montado en su caballo, y se lanzaba a la carga contra los esqueletos. El magus había deducido que las pezuñas del caballo serían mucho más eficaces que su cuchillo curvo, y estaba en lo cierto. El pobre animal, aunque entrenado para la guerra,  estaba aterrado por la presencia antinatural de aquellos muertos andantes, pero Shahin era lo bastante buen jinete, y logró que su montura le obedeciera a pesar del pánico. Los cascos hendieron los viejos cráneos con un sonido enfermizo, y los esqueletos empezaron a desplomarse uno tras otro, muy debilitados por el poder divino que emanaba del símbolo en la cruz de la espada de Arn. Finalmente cayeron uno tras otro, y los únicos sonidos en el interior del santuario pasaron a ser los jadeos de los tres y los bufidos del caballo del magus.

Rodeados de huesos rotos, los tres se apresuraron a atender las heridas de Encinal, y a dar el último adiós a su amigo muerto. Arn dijo que el cuerpo de Norben debía ser trasladado al santuario de Gardron, pues el destino había querido que hallara su final en un lugar sagrado. Así lo hicieron. Norben fue depositado en el altar frente a la estatua del dios, con la espada del león entre las manos, y los Portadores decidieron velar a su camarada difunto durante toda la noche. No podían hacer más por él. Durante la noche se turnaron para hacer guardia, pues claramente el mal acechaba en aquellos salones antiguamente sacros. Adà no mencionó a nadie lo ocurrido con el Amuleto. No había sentido ninguna compulsión, ningún intento de controlar su mente, tan sólo… comunicación. El Amuleto le había ofrecido su ayuda, un regalo sin duda envenenado. Pero claramente bastaba con tener las ideas claras y no dejarse engañar por el vil objeto. Cuando le tocó el turno de guardia, y tras asegurarse que los demás dormían profundamente, la enoquiana se levantó y se aproximó al cuerpo de Norben. Le habían cerrado misericordiosamente los ojos, y en su joven rostro, en la cabeza separada del cuerpo, la expresión era casi de placidez. Sacando un pequeño estilete de entre los pliegues de su túnica, Adà procedió a cortar con cuidado un mechón del negro cabello del paladín, y de la misma manera le cortó un par de fragmentos de uña. Guardándose tan macabros recuerdos en su zurrón, y asegurándose de que nadie la había visto cometer tal profanación, siguió con su guardia, y cuando llegó el momento, despertó a Arn para que la relevara.

El clérigo no llevaba mucho tiempo de guardia, rezando a Grymn por el alma del justo guerrero caído, cuando de repente el sonido rechinante de piedra frotando contra piedra retumbó en el santuario, despertando a los durmientes. El altar se estaba deslizando por sí solo, revelando las escaleras ocultas que habían hallado con anterioridad. Y alguien estaba emergiendo por ellas. Era un caballero, ataviado con armadura completa y un yelmo cerrado adornado con un par de alas metálicas. El hueco de la escalera, el altar y la estatua de Gardron eran claramente visibles a través de su cuerpo translúcido y espectral. Los cuatro le reconocieron como Karith, el más legendario de los paladines mostrados en los tapices del subterráneo, del que el propio Norben les había hablado. El caballero espectral ignoró a los compañeros mientras desenfundaban sus armas y se ponían en guardia, y se acercó al altar.  Tomó el cuerpo de Norben entre sus brazos, y para sorpresa de todos, vieron que la cabeza del paladín estaba pegada al cuerpo como si nunca hubiera sido cercenada. El fantasmal Karith levantó a Norben y entonces Arn, que había comprendido lo que estaba pasando, le pidió al espíritu que aguardara un momento. La Espada del León pertenecía a la sangre del león, le dijo. La voluntad de Norben habría sido que esa espada quedara en manos de su familia, del único miembro de su familia que seguía con vida. El justicar pidió permiso al espíritu para tomar la espada y llevarla a Nueva Alasia para entregarla al hermano de Norben, el mago Elian. Karith accedió sin decir palabra, con un gesto solemne de la cabeza, y cuando el clérigo hubo reclamado el arma, el paladín fantasmal se dio la vuelta y desapareció de nuevo escaleras abajo, llevándose al difunto consigo. Norben se había ganado el descanso entre los suyos, dijo Arn, entre los nobles y justos caballeros de Gardron. Ahora estaba en el lugar que se merecía. Sintiendo que su presencia allí ya no tenía sentido, los Portadores del Amuleto abandonaron el santuario y empezaron a ensillar los caballos. Era hora de continuar su búsqueda.

Llama 28

Al amanecer, los compañeros acabaron de explorar el Valle de los Santuarios, y hallaron un camino que seguía ascendiendo colina arriba, también marcado por sendos obeliscos desgastados. Siguiéndolo hasta su final, hallaron el lugar que habían estado buscando. El Portal de los Lamentos se abría por fin ante ellos, y no se parecía a nada de lo que se habían podido imaginar. Antiguamente, sin duda una doble hilera de ciclópeas columnas marmóreas habría flanqueado el camino hasta una entrada grandiosa en la misma pared de la colina, pero ahora no quedaba ninguna en pie. Todas ellas se habían desmoronado hacia el interior, quedando unas reclinadas sobre otras de manera precaria, dejando una oscura oquedad vagamente triangular entre ellas, como un colmillo negro que surgiera del suelo. Del interior surgía constantemente un coro de gemidos y lamentos de ultratumba, como si centenares de voces entonaran su dolor y su pesar al unísono, retumbando por la oquedad y elevándose al frío aire de la mañana. El ominoso lugar no recibía su nombre en vano. Antes de adentrarse en las profundidades, deciden que deben regresar a Nueva Alasia para prepararse bien. Si cayeran en el interior del Portal, añadió Arn, no podrían cumplir la promesa hecha a Karith. Antes de enfrentarse de nuevo a las profundidades, debían entregar la espada del león a Elian Arroway.

Llama 30

Tras dos días de viaje intenso pero sin incidentes, los Portadores regresan a Nueva Alasia. En el Hacha y el Suspiro, Gorstan les dijo que Elian y sus compañeros se habían marchado unos días atrás con Sir Matthew Corven, el Lord Comandante de los Caballeros Protectores, en una misión de la que no sabía apenas nada. Los Portadores se reunieron con Korybos el cronista y le confiaron la Espada del León para que se la entregara al último Arroway cuando regresara a la ciudad. Después marcaron la ubicación del Portal de los Lamentos en la Mesa del Mapa, para que otros pudieran encontrarlo si el destino de sus viajes se tornaba tan aciago como el de Norben. Acto seguido, se marcharon al cuartel de la guardia y a la casa capitular de los Caballeros Protectores para dar la triste noticia a los compañeros de armas del difunto Norben.

Lughnasadh

El día siguiente el sol irrumpió con fuerza entre las nubes grises, brillando como no lo había hecho en días. Era Lughnasadh, uno de los cuatro días sagrados del calendario valoreano, uno de los festivales que se celebraban en  honor a antiguas deidades que ya nadie recordaba y que marcaban los días más mágicos del año. Se creía que aquel día se veneraba el nombre de un antiguo guerrero de la luz que había expulsado la oscuridad a costa de un gran sacrificio. Pero aquel día, en Nueva Alasia, se celebraba en honor a otro campeón del bien, uno más modesto y más humilde, pero no menos valeroso, uno de sus hijos más queridos. Aunque el funeral no se pudo celebrar de cuerpo presente, La plaza mayor de Nueva Alasia quedó iluminada por la gran hoguera de Lughnasadh, convertida simbólicamente en la pira funeraria de Norben Arroway, muerto en batalla contra el mal y protegiendo a sus compañeros. Uno a uno, los Caballeros Protectores y los miembros de la guardia desfilaron ante la hoguera, arrojando cada uno su antorcha con gesto solemne y rostro adusto. Después lo hizo Elian Arroway, el mago. Llevaba la Espada del León al cinto. Él y sus compañeros llegaron a la ciudad unas horas después de los Portadores. El destino había impedido el reencuentro de los dos hermanos una y otra vez, y ahora el Velo les separaba para siempre. Los últimos en hacerlo fueron los Portadores, recordando en silencio a su hermano de armas y preguntándose, quizás, cual de ellos sería el siguiente en arder en una pira.

[Así terminó el primer mes de juego en la campaña de Alasia. Muchas cosas pasaron en ese mes. Varios grupos se habían formado y desbandado, otros se habían embarcado en aventuras que habían dejado zanjadas y otros se habían metido en búsquedas de largo recorrido. Sólo hubo un PJ muerto, sin duda gracias a la benevolencia del sistema de Pathfinder, pero también gracias a las buenas tácticas y a mucha, mucha suerte en los dados. El mes del Halcón traería nuevos grupos de personajes, vería la aparición de nuevos compañeros y la reaparición de personajes conocidos, y mucha más exploración, aventura y magia. Pero eso, como dicen al final de la peli de Conan, es otra historia y será contada en otra ocasión…]

6 comentarios en “Crónicas de Alasia (XXIV): Los Fuegos de Lughnasadh”

    1. ¡Gracias por el comentario! Pues sí, la verdad es que cuando me lié la manta a la cabeza no tenía ni idea de si el experimento funcionaría, pero está saliendo muy épica. Y evidentemente, el mérito también es de los jugadores, que la han cogido con mucho entusiasmo.

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  1. Contando los segundos hasta que Adà empiece a decir aquello de «¡Mi tesssoro! ¡Preciossso mío!»

    Una despedida muy digna de Norben, sí señor. Eso sí, el grupo se ha quedado un poco cojo de «potencia de combate», ¿no? ¿O Encinal tiene algún as en la manga que aún no hemos visto?

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    1. Lo de Adà es un «seguiremos sus progresos con gran interés»… porque es verdad que es el personaje que más veces me ha hecho enarcar la ceja como máster XDD

      Y si, el grupo ha perdido a su principal guerrero de primera fila. El resto no son mancos para nada, pero Norben era una primera línea de defensa brutal, un personaje muy protector especializado en usar su escudo. Encinal tiene ases en la manga, sí… para empezar es mucho más fuerte de lo que aparenta a simple vista, y su suerte de arqueólogo no es nada desdeñable. También está el hecho de que, aunque Norben muriera, su jugador no se va a quedar sin jugar…

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    1. ¡Muchas gracias, y bienvenido! La campaña está siendo todo un éxito, yo diría que está siendo la mejor que he dirigido, y ese fue uno de los motivos por los que decidiera compartirla con vosotros. ¡Me alegro que te guste!

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