Crónicas de Alasia (X): La Maldición del Amuleto

LOS PORTADORES DEL AMULETO

  • Norben Arroway, joven paladín de la sangre del león
  • Arn Rooc, justicar de Grymn procedente del reino de Carellia
  • Adà de Montaigne, misteriosa hechicera de siniestros poderes
  • Shahin ibn Shamal, un guerrero-mago del remoto Desierto de Sûl

Llama 13

El espectro del anciano, con las facciones desencajadas y convertidas en una máscara grotesca, cruzó volando la capilla para abalanzarse sobre los atónitos aventureros sin darles un segundo de respiro. Unos segundos antes, el fantasma les había hablado, suplicante, pidiendo su ayuda. Ahora, convertido en una aparición demencial, voló atravesando todo cuanto había en su camino para intentar hundir su mano fantasmal en Norben. El paladín reconoció su aura, esa presencia que había percibido en repetidas ocasiones, y recordó las tres arañas muertas y resecas en un tramo secreto de pasadizo. En el último segundo, actuando en contra de todos sus instintos de combate, bajó su escudo y se hizo a un lado, consciente de que si el espíritu le tocaba le ocurriría lo mismo que a los artrópodos. Mientras Norben se defendía, Arn no perdía el tiempo. Volteando su espada bastarda para usarla como símbolo sagrado de Grymn, rezó a su dios pronunciando los sagrados exorcismos de su fe en un intento de mantener a raya a la criatura o incluso enviar a aquella alma a su descanso eterno. Una presencia divina pareció cubrir la sala como un manto invisible, y una luz blanca y cegadora emergió de la cruz de la espada, quemando al fantasma y haciéndole aullar de ira. Sin embargo, no fue desterrado al más allá, sino que cambió de objetivo para atacar a aquel que suponía la mayor amenaza para él. Mientras tanto, Shahin maniobraba por la sala intentando rodear al espectro mientras imbuía con su magia el filo de su largo cuchillo curvo, y Adà intentaba en vano sumir al fantasma en el letargo de los muertos. Arn, convertido en el blanco de la espectral criatura, sintió el gélido roce de su mano atravesando su armadura y hundiéndose en su pecho, y aunque el frío de la tumba se adueñó de él, su voluntad y fe le mantuvieron en pie, sabiendo que él era el verdadero bastión que protegería a los demás. De nuevo rezó a Grymn pidiendo que hiciera caer el peso de la justicia divina sobre el alma en pena, y de nuevo, el fantasma resultó dañado pero aferrado al mundo de los vivos por un extraño odio. Norben, que tenía buen ojo para juzgar a la gente y leer los corazones ajenos, se dio cuenta de la lucha interior que estaba experimentando el espíritu, como si dos voluntades enfrentadas batallaran por hacerse con el control de sus actos. Gritando a la parte del espectro que les había hablado antes de enloquecer para que no se rindiera, saltó en ayuda de Arn, pero su espada era del todo inefectiva contra un ser intangible como aquel. Adà pasó a emplear sus conjuros más ofensivos, y Shahin también atacó en ese momento, blandiendo su daga encantada con la derecha mientras generaba una descarga eléctrica con la izquierda. El espíritu esquivó los ataques del magus, y empezó a emplear su capacidad de volar por los aires para atacarles desde lo alto. Con cada pasada, uno de los aventureros quedaba debilitado por el contacto mortal del espíritu, y Arn tuvo que dedicar todos sus esfuerzos para mantenerles con vida. Finalmente, gracias a un ataque conjunto prolongado y monumental, en el que los cuatro aventureros combatieron como un verdadero equipo por primera vez, el espíritu quedó lo bastante debilitado como para que el clérigo, al límite de sus fuerzas, pronunciara con voz estentórea un último exorcismo, que cayó sobre el ser como un fogonazo cegador que arrastró la pátina de oscuridad que le cubría y devolvió la serenidad a sus facciones.

Libre de la oscura influencia que le había impulsado a atacarles, el espíritu recuperó sus facciones humanas, mostrando el rostro de un anciano de mirada triste y rostro sumamente fatigado. Hablando con una voz grave y profunda, extrañamente reverberante como si saliera de un pozo muy, muy profundo, dijo:

Tenéis mi gratitud, extraños. La voluntad del Amuleto aquí, donde fue creado, es ya demasiado fuerte para mí. Nuestros destinos han estado unidos demasiado tiempo… Mi nombre era Semuel Colthard, y llegué a estas tierras mucho antes de que vosotros nacierais  Vine buscando un lugar mejor, un hogar, atraído por las grandes victorias de nuestro joven adalid, Stephan. Alasia estaba renaciendo, nos dijeron. Allí había tierras fértiles para cualquiera que estuviera dispuesto a trabajarlas y defenderlas. Cuando llegamos, las Siete Aldeas eran meras granjas comunales. Nosotros decidimos ir más allá, más al sur, buscando tierras que nadie hubiera reclamado aún. Allí nos establecimos, y allí fue donde nació la aldea de Lhudu. Muchos nos advirtieron de que nos alejábamos demasiado de la ciudad, de que los nuevos caminos que comunicaban las aldeas no llegaban hasta allí, pero no les hicimos caso. Algún día los caminos llegarían a Lhudu como acabaron llegando a Durham y, durante un tiempo, la aldea prosperó. Hasta que hallamos la Roca Negra. ¡Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora! Lo que despertamos allí era increíblemente antiguo, y muy malvado. La Roca Negra se ha erguido en ese lugar maldito durante eones, y nosotros perturbamos su descanso. ¡Nunca debimos haber sacado aquellos tesoros de allí! ¡Están manchados! Su Maldición cayó sobre nosotros. Las colinas temblaron, y la aldea entera fue engullida por un alud devastador. Los que murieron aplastados fueron los afortunados. Los supervivientes fueron aniquilados sistemáticamente por los engendros de la Maldición, oscuras criaturas de odio y sombra. Sólo cuatro logramos escapar. ¡Qué estúpidos fuimos! Creímos que la Roca Negra era el origen de la Maldición, y que huyendo de ella estaríamos a salvo. ¡Necios! La Roca Negra alberga el poder, sí, es su raíz, pero la Maldición no reside únicamente en ella. Quizá fuimos engañados, o quizá obramos con codicia y orgullo, no lo sé, pero cada uno de nosotros nos llevamos una de las reliquias  sin saber lo que estábamos liberando. Nos separamos para no volver a vernos jamás. Yo me llevé el Amuleto de Kishad, del que las otras tres fueron una vez parte. ¡Es poderoso, dioses, y artero! Me engañó durante años, inerte, insinuándose en mis sueños, llevándome poco a poco hasta el lugar al que quería ir, y yo jamás sospeché nada. Creí que todo era idea mía. Tan sólo quería dejar atrás la tragedia, empezar de nuevo. Aquí me construí una nueva vida, construí esta posada. Aquí, sobre el Santuario de los Kishadi, donde el Amuleto fue creado. El Amuleto deseaba regresar. Estar separado de la Roca Negra le debilitaba, pero no podía regresar a la original, sepultada bajo toneladas de rocas en Lhudu. Debía volver aquí y hacerse fuerte de nuevo. Cuando, una vez construida la posada, el Amuleto me reveló el antiguo pozo y las ruinas que éste ocultaba, todo volvió a mí de repente. ¡El horror! ¡Darme cuenta de que toda mi vida tras la tragedia había estado al servicio de la Maldición sin yo saberlo! Aquello me dio fuerzas, me permitió reunir la poca voluntad que me quedaba. Este era el hogar para mi hijo, su futuro, y no permitiría que la Maldición se lo arrebatara como me arrebató el mío. ¡Logré hacerle frente! Lo encerré aquí abajo, esperando que nunca volviera a ver la luz del sol. Aquella lucha consumió mi alma y me costó la vida, ¡pero logré mi objetivo! Y ni aún así me gané el descanso. Atado al Amuleto en vida, así como en la muerte. Durante años el Amuleto ha permanecido dormido otra vez. Las otras tres reliquias parecen haber desaparecido. Pero algo ha cambiado en los últimos tiempos. Alguien o algo ha despertado de nuevo a la Maldición de Lhudu, y con ella, al Amuleto. Furioso y cargado de odio, sin nadie más a quien controlar, el Amuleto intenta utilizar mi espíritu para liberarse y reunirse con las otras reliquias. Quiere volver a estar completo. No me quedaban fuerzas para impedírselo, así que sutilmente, sin que se diera cuenta de lo que pretendía, hice cuanto pude para llamar la atención de los vivos. A pesar del dolor que sentía al causar sufrimiento a los míos, provoqué ruidos y espantos, y me filtré en sus pesadillas. Yo embrujé la Posada, esperando que mi hijo llamara a hombres de espada, magia y fe lo bastante sabios y poderosos como para ayudarme. ¡Y benditos sean los dioses, así ha sido! Ahora todas mis esperanzas recaen sobre vosotros. Os lo suplico. Este mal no debe quedar libre. ¡Tenéis que llegar hasta el Amuleto, sacarlo de aquí, y poner fin a la Maldición de Lhudu! 

Aquella historia cayó como una losa sobre los cuatro héroes. Habían descendido a las profundidades creyendo que hallarían un espíritu intranquilo al que debían dar reposo para que todo volviera a la normalidad, pero la verdad era mucho más terrible. Una malvada inteligencia sobrenatural estaba luchando por liberarse sobre el mundo, y un espíritu torturado les había pasado la antorcha de la lucha contra ella. Abrumados, le pidieron al espíritu de Semuel que les ayudara a entender mejor a aquello contra lo que se enfrentaban, y aunque era evidente que el tiempo del anciano posadero a este lado del Velo estaba tocando a su fin, aprovechó sus últimos momentos para contarles todo lo que sabía del poder del Amuleto.

Allí, en el lugar donde fue creado, el Amuleto era poderoso. Podía controlar a todas las criaturas de aquel lugar, y su voluntad se extendía hasta el último rincón. Conocía todos sus movimientos, y estaba haciendo todo lo posible por no ser reclamado por ellos, pues sabía que podían destruirle. Por fortuna, allí su poder estaba limitado. La Roca Negra que allí se hallaba era una burda recreación, un intento de los kishadi de duplicar la original y canalizar su poder desde lejos, y eso le hacía vulnerable. El Amuleto aguardaba en la cámara donde lo encerró Semuel, en lo más profundo del  Santuario Interior, tras el Portal de las Sombras, e incapaz de salir de allí por voluntad propia. El anciano les dijo que deberían activar el Portal y aventurarse más allá para recuperarlo. Para hacerlo, no había más remedio que despertar al corazón de este lugar, la réplica de la Roca Negra. El espíritu no lo sabía, pero eso era justo lo que había hecho Adà al entregar una parte de su fuerza vital a la Roca cuando la tocó al experimentar con ella. El Portal de las Sombras ya estaba abierto, y tan solo debían cruzarlo, pero Semuel les advirtió que el poder del Amuleto sería más fuerte en el Santuario Interior, y que lucharía con todas sus fuerzas para librarse de ellos. Quería salir de allí a toda costa, pero no a manos de alguien que pudiera destruirle.

Viendo que mucho era lo que había aprendido Semuel durante los años que había pasado atado al Amuleto, los compañeros quisieron saber más acerca de la Maldición de Lhudu. El fantasma desconocía la verdadera naturaleza de la Maldición, pero sabía que era una fuerza antigua, malévola e inteligente, un poder atávico ligado a la ancestral Roca Negra. El creador de aquel lugar, Kishad de Jalur, fue el primer hombre conocido que se topó con ella, y se decía que se rindió por completo a su voluntad a cambio de aprender a canalizar sus poderes. Acabar con la Maldición, pues, era una tarea de gran envergadura. El Amuleto era la clave. Debía ser llevado a Lhudu, pues la Roca Negra que le daba poder era lo único capaz de quitárselo. Pero para ello debía estar completo. Era necesario hallar las otras tres reliquias que salieron de la Aldea Maldita. Sólo cuando el Amuleto se hubiera reunido con las otras reliquias, podría ser destruido para siempre. Gracias a los dioses, lejos de allí el Amuleto se vería reducido a una sombra de sí mismo. Semuel estaba seguro de que seguiría intentando ejercer su perversa influencia sobre sus portadores, pero carecería del poder del que gozaba allí. Por desgracia, cada reliquia recuperada le haría más fuerte y más capaz de resistirse a la destrucción. Cada vez más translúcido y etéreo, el fantasma de Semuel les advirtió que, si la voluntad de sus portadores no era lo bastante fuerte, lo único que lograrían era servirle y cumplir con sus oscuros designios. Era un riesgo terrible, pero el fracaso no era una opción. Cerrando los ojos como si le costara enormemente recordar sus días de carne y sangre, Semuel añadió:

Cuatro fuimos los que logramos escapar del terror en Lhudu. ¿Es una coincidencia que cada uno de nosotros llevara encima una de las reliquias? Sinceramente, lo dudo. Rhea llevaba colgada al cuello la espiral torcida. Estaba embarazada de pocos meses, y antes de separarnos nos aseguró que el bebé sería una niña. Dijo que la llamaría Auria. Partió hacia Nueva Alasia y nunca volví a saber de ella. Bor se llevó la gema oscura. Creo que se asentó en Welkyn. Allanon, siempre el explorador, partió hacia el Bosque de Wilwood, y me temo que nunca salió de él. El clavo de plata se perdió con él.

El Velo me reclama. La hora de mi juicio ha llegado, y los Salones de Eresh ya me han aguardado demasiado tiempo. Mi carga era pesada, pero ya no la siento. Me habéis liberado de ella, y ahora os pertenece. Habéis devuelto la paz al alma de un viejo necio. Que la Luz sea siempre con vosotros.

Mientras el espíritu de Semuel Colthard se disolvía en la nada, Norben Arroway, paladín de los dioses, hincó una rodilla en el suelo, y con una profunda reverencia, prometió que el sacrificio del anciano no sería en vano. Ante Gardron, la Espada Justa, juró solemnemente dedicar su vida y su alma a la búsqueda, y no cesar en su empeño mientras quedara vida en él. Sus firmes palabras retumbaron por toda la capilla, y retornaron como un oscuro eco cargado de  pesares…

6 comentarios en “Crónicas de Alasia (X): La Maldición del Amuleto”

  1. La situación se complica… ¿Es casualidad que sean cuatro los que han tomado el relevo a Semuel, como cuatro fueron los que se llevaron las reliquias? Van a tener que andarse con ojo, un paso en falso (de esos que suele dar Adà) puede ser fatal…

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    1. Fue algo que se valoró en su momento, y un riesgo que decidieron correr, basándose en que Norben dejó de percibir al espectro como maligno una vez librado de la influencia del Amuleto, y en su instinto para distinguir las mentiras. El tiempo dirá si cometieron un grave error o no, pero sea como sea, juegan a un juego muy peligroso…

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  2. En esta sesión (o sesiones) se da un desenlace interesante y típico para dar pie a una campaña de búsqueda. El grupo parece llevarse bien y coordinarse… siempre que Adà esté vigilada.

    Tengo curiosidad de cual fue su siguiente paso (vengo de leer la entrada de Durham: día 2)

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    1. Adà es… era… bueno, ya lo ireis viendo. Este grupo empezó siendo algo así como un milagro. Medio grupo está formado por rectos defensores de la ley y el orden, y la otra mitad son aventureros y exploradores más bien guiados por sus arcanos intereses propios. Que consiguieran compenetrarse y actuar como un equipo ya es todo un logro, pero claro, las circunstancias adversas unen. ¿Cuanto tiempo pasará antes de que sus distintas creencias choquen sin remedio?

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